lunes, 23 de diciembre de 2013

PINILLA Ramiro, Aquella edad inolvidable


            Es la última novela  (Tusquets, Barcelona, 2012) de este peculiar escritor (Bilbao, 1923), a quien descubrí hace años con “La higuera”, Premio Nacional de Narrativa 2006, una conmovedora historia sobre la memoria de la guerra civil, en torno a la venganza y el perdón.

            Y quién me iba a decir a mí que me iba a gustar, y mucho, una obra en la que el fútbol es un ingrediente fundamental, a mí que aborrezco el “deporte rey” por su omnipresencia forzosa en nuestra vida cotidiana.

            Pero es que el fútbol en esta novela de Ramiro Pinilla está lejos del actual juego de las estrellas mediáticas millonarias para encarnar la afición apasionada por un equipo que salía de la propia cantera y que con sus triunfos enarboló entre vítores la revancha de un pueblo vencido y reprimido brutalmente. Quiero decir que los vascos de la posguerra (y también muchos aficionados al balompié  de allende sus fronteras) cifraban en las victorias del Athletic de Bilbao su orgullosa identidad nacional y también su antifranquismo frente a un Real Madrid que representaba los colores del Régimen odiado.

            Aunque el fútbol es aquí sólo el marco sociopolítico, lo que importa es el futbolista. La desdicha de Souto Menaya, “Botas”, héroe del Athletic, porque es el que mete de cabeza el mítico gol contra el Real Madrid para alzarse con la Copa del Rey y porque tamaño triunfo sucede... en el año 1943. Y desde la gloria, la invalidez y el retiro forzoso a la miseria, el descenso a los infiernos del infeliz muchacho. 

            Su lucha vacilante contra la tentación deshonrosa no elude la desesperanza de los sueños rotos y pienso que su verdadera grandeza reside en que mantiene su dignidad incluso más allá de la pérdida de la inocencia y de la fe compartida con el sentimiento de su pueblo.

            Una historia emocionante en la sencillez y desamparo de un ser humano que al final sólo se tiene a sí mismo para salvaguardar su propia estima y la de todos.

            Además de cuestiones trascendentales sobre los desengaños de la vida, el texto de Pinilla remeda con viveza el habla popular y la salpica con vocablos vascos de marcada eufonía como “las excursiones de mendigotzales” o “los zurriburris de piernas, culos y caderas” para meter los goles; recuerda la nómina de los primeros jugadores que no cobraban un céntimo y hasta se compraban las botas: Guinea, Alzola, Orbe, Ugalde, Ledo o nos revela graciosas curiosidades como la del famoso “alirón”:


            ¿Sabes de dónde viene el alirón? Lo inventaron los mineros. Cuando sacaban una buena veta, el ingeniero escribía encima con tiza “All Iron”, que en inglés significa “todo hierro”. Los mineros saltaban porque cobraban jornal extra y el alirón corría por la mina. Así pasó al “alirón, alirón, el Athletic campeón”. (p. 20)

martes, 1 de octubre de 2013

VICENT Manuel, “Inventario de otoño”


            Editorial Debate, Madrid, 1984. (BUC. 860-3 VIC, M.)

            Es una recopilación de retratos de personas ya maduras, seguramente escritos a lo largo de varios años por el autor valenciano. No parece tener un orden ni cronológico ni de ninguna otra clase.

A partir de una entrevista personal, Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) dibuja el perfil humano y vital de diferentes figuras y personalidades del siglo XX: Dolores Ibárruri, Rafael Alberti, Juan Gil-Albert, Concha Piquer, Rosa Chacel, Gabriel Celaya, Guillermo Marín, Faustino Cordón, entre otros. El escritor recoge lo que dice el personaje sólo en cierta forma, ya que añade sus observaciones y comentarios, anécdotas, etc., aunque creo que lo hace de refilón, sin mojarse; no quiere comprometerles ni entra en sus posibles contradicciones. Lo mejor son sus comparaciones y metáforas, una fábrica de imágenes brillantes para combinar lo cotidiano con lo trascendente.

            Me impresionó mucho la estampa que dibuja de Faustino Cordón, del que yo sólo había oído hablar lejanamente. Es un verdadero genio, un sabio optimista, sencillo y divertido que quita importancia y mérito a su compromiso y adversidad personal cuando señala que en la cárcel franquista estuvo bien, porque tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que quería: lo dedicó a aprender inglés, hizo dos cursos de ciencias exactas, tradujo del alemán una Historia de Roma. Sus compañeros de prisión reverenciaban su talla humana y nunca le dejaban barrer; pero él sólo se veía como uno más entre aquellos 4. 000 reclusos “todos en cueros, sin una perra”.

Aunque, desde mi punto de vista, no alcanza la luminosidad y maestría de algunas de sus columnas periodísticas en El País, el libro está bien escrito y resulta muy ameno. Con posterioridad (2009), y en la misma línea de entretenimiento meditado, publica Póquer de ases, una baraja de 32 grandes escritores contemporáneos (Camus, Miller, Beckett, Cortázar, Borges, Baroja, Benet, Virginia Woolf) de quienes nos ofrece su particular radiografía literaria, ideológica y sentimental.


jueves, 26 de septiembre de 2013

GELMAN Juan y BAYER Osvaldo, “Exilio”

            Planeta, Buenos Aires, 2006. La 1ª ed. es de 1984. (BUC. 9gc, GEL, J.)

            Se unen el gran poeta (Buenos Aires, 1930) y el periodista comprometido (Santa Fe, 1927), ambos exiliados, los dos víctimas de la despiadada dictadura argentina. Son textos pertenecientes a varios libros reunidos aquí bajo este título.

Gelman, que perdió a su hijo y a su nuera en aquella tragedia de los “desaparecidos” en Argentina, desgrana sus versos y sus prosas poéticas llenos de dolor y melancólica lucidez. Bayer tiene una voz poderosa que denuncia y juzga, tanto a los argentinos como a los alemanes, la tierra de sus antepasados. Acusa, por ejemplo, a Borges porque “dio su total apoyo a la dictadura militar” y al “democrático” Gobierno alemán por condecorarle (pág. 111). Son dos testimonios diferentes y dos formas distintas de rebeldía.

El libro constituye un alegato conmovedor contra la destrucción de los valores de una humanidad pisoteada por los militares golpistas.

Una cita de Osvaldo Bayer, represaliado en Argentina por su defensa de los pueblos originarios, revela, con imágenes poéticas, su fe de resistente en la fuerza del compromiso:

“La vida no se rinde. Por cada bala que busca la muerte, una brizna de hierba rasga la tierra para gozar de la brisa.” (pág. 172)


MUNRO, Alice, “El progreso del amor”

            Editorial RBA, Barcelona 2009 (1ª ed. 1985)

            Alice Munro (Ontario, 1931) es una de las escritoras de relatos breves más reconocidas de la literatura contemporánea.

            Este libro lo constituyen 11 cuentos independientes y con título propio, todos interesantes. Lo singular de esta canadiense es que su literatura engancha sin que las historias tengan una intriga que supere las incidencias comunes de la vida cotidiana. Ahí está precisamente uno de sus principales atractivos. Los personajes viven y sienten de manera parecida a todos nosotros.

            Munro sabe encantarnos con el retrato psicológico de la gente corriente y llevarnos de la mano por los ambientes, casi siempre rurales, con un singular dominio porque es una maestra del detalle.

            Escribe de un modo directo, resuelto, sin prejuicios, con un ojo y un oído atentos a todo lo que ocurre en el minuto del día a día. Es la inmediatez de la vida y la transparencia de su pluma lo que nos emociona.

            Recojo en la siguiente cita textual una muestra de su inusual franqueza, en relación con el tema de la religión:

            “Lo lógico habría sido que mi madre hubiera opinado de otra forma, ya que ella había sido maestra, pero decía que eso a Dios no le importaba. A Dios no le interesa el trabajo que desempeñas ni la educación que recibes, me decía. No le importa tres pepinos, y lo único que importa es lo que a Él le interesa.
         Fue la primera vez que comprendí que Dios podía convertirse en un enemigo real, no solamente en una pesadez o un enorme motivo decorativo.” (p. 20).

GÓMEZ ARCOS, Agustín, “El cordero carnívoro”

     Edit. Cabaret Voltaire, Barcelona, 2007. (1ª ed. Ed. Stock, 1975) (BUC. LHg, GOM, A.)

       Gómez Arcos (Enix, Almería, 1933-París, 1998) es un autor muy reconocido en Francia, donde se instala desde el año 1968. Se dedicó también al teatro con gran éxito (Premio Nacional Lope de Vega en dos ocasiones), pero sus obras son prohibidas en nuestro país por la censura. Ésta es la primera novela que se traduce al español, casi 10 años después de su muerte y más de 30 desde su primera edición. Lo hace con un elogioso prólogo de otro famoso escritor de su misma orientación sexual, Luis Antonio de Villena.

       Es el relato más provocativo y escabroso que he leído sobre la homosexualidad y el incesto entre dos hermanos. Muy bien escrito, políticamente incorrecto y sin pelos en la lengua.
       Narra la vida de un muchacho desde su nacimiento hasta los 25 años.
      Ambientada en Andalucía, seguramente la ciudad de Almería, desvela de modo descarnado las relaciones sexuales y el amor prohibido. También reflexiona sobre la represión feroz tras la guerra civil, la religión y los curas, la falta de libertad o la miseria moral del Régimen…, entre otras infamias en la España de la dictadura franquista.

       La siguiente cita recrea con procacidad la escena del bautismo del protagonista:

       “Mientras realizaba aquellos ritos, mi hermano Antonio me acariciaba suavemente las nalgas y, con uno de sus dedos, buscaba con aplicación mi agujero más secreto. Me sentía invadido por el juego del placer y creo que algo parecido al éxtasis, me bañó la cara, ya que el señor cura dijo:
        -Veo, hijo mío, que empiezas a creer en Dios. Te conviertes en Su criatura.” (p. 196).

       En el siguiente párrafo, el personaje del cura Don Gonzalo, un momento después de intentar sodomizar al niño protagonista, le dirige, muy en la línea del nacional catolicismo ultra, estas palabras que me parece que no tienen desperdicio:

       “La mayoría de vosotros pertenecéis a familias sanas, que participaron y sacaron adelante a nuestra Cruzada. Pero hay algunos que, sin tener culpa de ello, proceden de ese tumor herético que extirpamos definitivamente del cuerpo de la nación en 1939. Así que a ésos me dirijo de manera especial. No quiero que la derrota familiar envenene su juventud. Por el contrario, la victoria de toda España –de la verdadera España- debe ser fuente de salvación. La paz que hemos construido con el esfuerzo de nuestras manos es para todos, ya que ahora estamos todos del lado de la verdad y de la justicia. Los que no querían esta paz, están muertos. Muertos sin gloria. Olvidados. Los rojos ya no están en nuestra memoria.” (p. 287). 

sábado, 21 de septiembre de 2013

WILLIAMS Jhon, Stoner

              Ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2010 (BUC 820-3 WIL, J)

            Creo que es la mejor novela que he leído en los últimos años, debido a la fuerza de su personaje central, el interés de su trama y la maestría que consigue en la forma de contar. Fue publicada por primera vez en 1965. Como la crítica ha señalado repetidamente, resulta sorprendente que, a pesar de su calidad, sea tan poco conocida.

            Jhon Williams, narrador y poeta, nació en Texas (1922-1994), desempeñó varios empleos en prensa y radio, y se graduó en la universidad tras enrolarse en el ejército para participar en la Segunda guerra Mundial. Se doctoró en 1950 y ejerció como profesor universitario hasta su jubilación.

            La historia relata el drama de un hombre tímido y despreciado, débil y fuerte a la vez, que se enfrenta a sus decepciones y fracasos con tanta resignación como resistencia. El profesor William Stoner mantiene durante toda su vida su empeño y vocación contra las muchas dificultades y humillaciones en el ámbito personal y profesional. El amor al estudio, a la literatura y a las palabras le sostienen y le compensan del menosprecio de los colegas y de los sinsabores con los estudiantes, la crueldad de su esposa -otro personaje muy poderoso y extraño-, el sufrimiento por la separación de su hija o la renuncia a su amante. No hay épica en su conducta, sino el destello de la verdad de una vida, una radical humanidad que nos conmueve.

            El retrato de esta persona tan desgraciada muestra las costumbres de la moral provinciana y los valores de la ética protestante, pero sobre todo hurga sin pudor en las emociones y los ambientes para presentarnos discursos y escenas inolvidables en relación con la familia, el amor, la guerra, el sexo o las aulas. Cualquier universitario se sonreirá con más o menos amargura ante la descripción del clima de la universidad en algunas de sus relaciones de poder, insidias y falsedades. En este último tema, destacaría como episodio magistral el que se refiere al más que merecido suspenso a un alumno protegido y arrogante. La celebración del examen, junto a los posteriores sucesos en el departamento, es una pieza única. Con un estilo impecable y dominio de la ironía, se nos muestra la lucha de nuestro protagonista contra la manipulación y el chanchullo, su victoria moral y la consiguiente degradación académica. No faltan detalles inesperados en la tensión narrativa, como el gesto de dignidad de un compañero que parecía más conformista y cobarde de lo que era o la utilización perversa de la propia discapacidad física de otro en beneficio de su despotismo y vanidad.

            La cita recoge una muestra de su áspera relación matrimonial, y advierto que esto es sólo el principio: 

            “Al mes sabía que su matrimonio era un fracaso, al año dejó de esperar que mejorara. Aprendió a callar y no persistió en su amor. Si hablaba con ella o la tocaba con ternura, ella se apartaba de él retrayéndose y se quedaba muda, hierática, y durante días se sumergía en nuevos límites de agotamiento. Debido a una cabezonería no pactada que ambos compartían, dormían en la misma cama, a veces de noche, dormida, se movía sin darse cuenta hacia él. Y, entonces, su determinación y conocimiento se disolvían ante su amor y él se movía hacia ella. Si ella estaba lo suficientemente despierta se tensaba y se ponía rígida, moviendo la cabeza hacia un lado en un gesto familiar y enterrándola en la almohada, soportando la violación. En esas ocasiones, Stoner desempeñaba el acto amoroso tan rápido como podía, odiándose por las prisas y arrepentido de su pasión. Con menor frecuencia ella permanecía medio aturdida por el sueño, entonces era pasiva y murmuraba somnolienta, no sabía si protestando o sorprendida. Llegó a ansiar aquellos momentos extraños e impredecibles, ya que en aquella aquiescencia narcótica del sueño cabía engañarse con haber sido correspondido de algún modo. (pág. 70)

domingo, 21 de julio de 2013

TOWER Wells, Todo arrasado, todo quemado

     Editorial Seix Barral, Barcelona, 2010 (BUC 820-3 TOW, W)

     Wells Tower nació en 1973 en Vancouver (Canadá). Vive en EE.UU.

      Es el primer y sorprendente libro de este joven autor. 

     Ganador de varios premios por los relatos que había ido publicando, esta edición ha sido un acontecimiento literario celebrado por la crítica, que ha comparado la maestría narrativa de Wells Tower con escritores estadounidenses de la talla de Mark Twain, Ernest Hemingway, John Cheever o Raymond Carver.

     Son nueve cuentos escritos con una prosa ágil, salpicada de humor negro y de una belleza brutal.

     Un conjunto de narraciones sobre situaciones diversas, que te atrapan por su ambiente inquietante, construido desde la vida cotidiana; por su intriga que anuncia sorpresas espantosas (que a veces se cumplen), y por sus personajes poderosos: parados en “año sabático”, alcohólicos soñadores, vikingos despiadados o deprimidos, adolescentes audaces… hombres y mujeres a la deriva, suspendidos entre el sarcasmo y la rabia por el fracaso de sus expectativas, confundidos en la vorágine contemporánea. Todos poseen una cierta dosis de violencia que, en general, no se hace explícita, salvo en el último cuento, el que da título a la obra, que es desnudamente feroz.

     El volumen se lee de un tirón, porque sus relatos poseen un lenguaje auténtico, emocionante y ameno, junto a la crudeza y la desnudez de la buena literatura.

 
 

viernes, 19 de julio de 2013

LA BICICLETA VERDE. WADJA

Ésta es una buena muestra del cine alternativo que hoy se desarrolla contra viento y marea y que nos ofrece el regalo impagable de historias bien contadas con pocos medios. Así, Las nieves del Kilimanjaro de Guédiguian, El Havre de Kaurismäki, La caza de Vintenberg o Bestias del sur salvaje de Zeitlin.
 
La bicicleta verde. Wadja (2012), en coproducción con Alemania, es la primera película de Haifaa Al-Mansour, prometedora directora que es, a su vez, la primera mujer que dirige cine en Arabia Saudí, un país sin salas de exhibición. Nos acerca con habilidad a la vida cotidiana de la gente corriente de un país, del que muchos sólo teníamos la imagen de los mega millonarios jeques con sus inseparables turbantes.
Desde la primera escena, simpatizas con esa niña avispada de grandes ojos negros que recita sin ganas la aburrida salmodia de los versos del libro sagrado. La cámara capta su actitud distraída del rezo, que no ausente. Por el contrario, lo observa todo, mientras se balancea en sus zapatillas deportivas que contrastan con los zapatos iguales de sus compañeras de clase.
 Wajda tiene diez años, una alegría permanente y enormes ganas de descubrir y disfrutar la vida. Corretea con sus faldas hasta los pies por las calles de Riad camino del colegio de rígidas doctrinas, siempre con el velo resbalando por su melena al viento. Ella no sólo quiere ser libre, es libre. Lo es por el sueño que persigue contra las convenciones y creencias: la bicicleta censurada para las niñas, porque supuestamente perderían la virginidad; lo es por la ingeniosa búsqueda de pequeñas ganancias de dinero para intentar comprarla; por sus pequeñas trampas y ardides para escapar a la vigilancia escolar y por su rebeldía inteligente ante una directora talibán que no consigue transmitirle su amargura represora. Es ingenua y atrevida, tenaz y divertida, dulce y cariñosa, y nos conquista para siempre con un ambicioso plan para conseguir su meta: aprenderse El Corán de memoria y cantarlo con una voz preciosa, y además al gusto de la ortodoxia más estricta, aunque para ello haya de cambiar sus gestos y modales.
La película posee agilidad narrativa y un buen guión que desprende vitalidad y frescura. Denuncia sin señalar y es profundamente moral. Y lo mejor es que lo hace sin sermones. Es una película de emociones que transmiten valores humanos contra la discriminación sexista y las costumbres opresoras. Lo consigue con imágenes estupendas de fuerte simbolismo, como la bicicleta verde que parece que vuela sobre el muro que la separa de la niña; con personajes bien caracterizados que representan arquetipos sociales, a la vez que muestran sus contradicciones y su lucha personal: además de la niña protagonista, la madre desatendida y el padre ausente, el niño enamorado o la intransigente maestra.
Me parece un rasgo muy original el contraste que la película ofrece entre lo público y lo privado, que supongo refleja una realidad que nos resulta desconocida a los occidentales: el ámbito público es rígido, sombrío y amenazante, dominado por prejuicios y prohibiciones; mientras que el espacio privado está lleno de ternura, sensualidad y fuerza personal.
Los dos episodios del desenlace son magníficos y reveladores de las varias  lecciones subyacentes. El de la niña posee la picardía y el humor que ha sobrevivido a un castigo tan sibilino como cruel por parte de la musulmana fanática; el de la madre revela, además del amor y el apoyo a la niña humillada, su propia victoria sobre el repudio masculino, quizás como el fructífero resultado de la lección de valentía y dignidad que recibe de su propia hija.



 

 

miércoles, 26 de junio de 2013

WALSER Robert, Poemas. Blancanieves


            Editorial Icaria, Barcelona, 1997. (BUC. 830-1 WAL, R.)

            Me acerqué a este libro por mera curiosidad, porque alguien me citó a este casi desconocido autor suizo, que nació en Biel en 1878 y murió en Herisau en 1956, como su poeta preferido. Robert Walser fue una persona muy especial. Tiene un porte aristocrático en una figura desvalida y ejerció todo tipo de empleos para subsistir. Lo encontraron muerto en la nieve, no lejos del manicomio donde pasó los veintitrés últimos años de su vida.

            Fue siempre un marginado. Lo peculiar es que da la impresión de que tal vez lo fue voluntariamente: “Yo me hago mi camino,/ que lleva cerca y lejos;/ sin voz y sin palabra,/en el margen estoy.” (p. 42).

             Los poemas, entre la parodia, la melancolía y la reflexión crítica, me parecen muy buenos; cuarenta composiciones que pertenecen a su primera época que permanecía, hasta esta edición, inédita en España. Por el contrario, el drama en verso sobre el famoso cuento popular que completa el libro no me ha gustado nada.

            Walser escribió también algunas novelas, bastante apreciadas por la crítica, como Los hermanos Tanner y El ayudante.

            En la siguiente composición puede apreciarse algo de su filosofía. Un conjunto de ideas acertadas para vencer las prisas de nuestro tiempo:

 SERENIDAD

Desde que decidí
abandonarme al tiempo, siento en mí
un cálido sosiego.
Desde que decidí
burlarme de las horas y los días,
terminaron mis quejas.
Me he quitado la carga
de las culpas que tanto daño me hacen
con una frase clara:
quiera extinguirse o no,
el tiempo es el tiempo,
siempre encuentra a un valiente como yo
en el sitio de siempre.
(…)
Tan sólo sé que aquí se está tranquilo,
libre de prisas y de afanes libre,
que estoy bien y puedo despreocuparme,
sin que haya un tiempo que mida el tiempo.
(p. 32)

 

DONOSO José, La desesperanza


              Editorial Seix Barral, Barcelona, 1986. (BUC. 860-3, DON, J.)

             Esta novela del reconocido escritor chileno (Santiago de Chile, 1924-1996), que formó parte del llamado "boom latinoamericano" de los años sesenta y recibió el Premio Nacional de Literatura en 1990, registra, desde la amargura, la tragedia del país andino tras el sangriento golpe de estado del general Pinochet contra el Gobierno de la Unidad Popular.

            Mañungo Vera, un cantautor de izquierdas, podría ser el álter ego del autor, un personaje sumido en sus conflictos personales y lleno de incertidumbre en el terreno político, que se mueve como un barco a la deriva entre sus ideales y sus contradicciones, tratando de salvar su dignidad humillada, aunque no del todo perdida. Un protagonista que, como el mismo autor, regresa a la capital de Chile, después de un largo exilio impuesto por él mismo, el día de la muerte de Matilde Urrutia, la viuda de Pablo Neruda, la mujer que le inspiró “Los versos del capitán”, entre cuyos inolvidables poemas se encuentra “Tu risa”, la alegría que los tiranos nunca podrían arrebatarle.

             A través del encuentro con los viejos amigos en un velatorio que los reúne a pesar de la persecución y la vida vigilada; un recorrido por la ciudad bajo la bota militar de toque en toque de queda y los preparativos de un funeral prohibido, que se convierte en un improvisado símbolo de resistencia, Donoso traza la crónica literaria de una realidad que le resulta desesperante y atroz y que rebosa desesperanza.

             Pocos personajes, pero de gran calado en unas vidas llenas de cicatrices y derrotas. Entre ellos, el erudito Celedonio, el poeta fracasado Lopito y Judith, una mujer preciosa y de acaudalada familia, militante radical un algo suicida, que se entrega a la causa revolucionaria con una generosidad y vitalismo excepcionales. Es el contrapunto del protagonista, quien la adora y la compadece.

             La novela, tan atractiva por su calidad literaria como sombría en su visión del mundo, combina la unión entre un pasado soñado y una pesadilla presente en un espacio urbano perdido para siempre. Autor y personaje representan la imagen del desencanto de antiguas militancias de las que se han distanciado, física e ideológicamente, que se enfrentan al dolor inesperado de un sentimiento de culpa por no haber padecido como sus compañeros el vergajo de la dictadura, sin encontrar salida en el camino.

            Donoso seguramente nunca creyó en el valor de la rebeldía ni vibró con las palabras de despedida de Salvador Allende ante el asalto militar al Palacio de la Moneda: “no se detienen los procesos sociales, ni con el crimen ni con la fuerza” (…) “mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas”. Por el contrario, la siguiente cita de su personaje, en la que establece un paralelismo entre los luchadores chilenos y los republicanos españoles, creo que refleja bastante bien su hondo escepticismo y desaliento:

 (…) “a cada revés del régimen repetían: “¿Ven? Esto se acaba”, y no se acababa absolutamente nada aunque estadios enteros gritaran “Y va a caer” durante los partidos de fútbol, y cada horror y cada escándalo se iba sepultando en el olvido para que todo siguiera igual, enquistado, monolítico pese a las fisuras que desembocaban en el monótono cambiar de un personaje por otro exactamente equivalente. Estábamos todos con el dedo índice corto, decía Lopito, como los republicanos españoles que golpeándolo contra la mesa repitieron durante cuarenta años de exilio: “este año cae Franco…, este año cae Franco…”, y el desgaste de ese inútil énfasis les fue acortando el índice de tanto golpear, y Franco no cayó y se quedaron los pobres rojillos con las esperanzas pudriéndoseles adentro mientras sus prohombres morían y mutaban las pasiones y las ideas se avejentaban…, idéntico a lo que les estaba pasando a los chilenos empecinados en no perder la esperanza, que era lo único que era necesario perder para comenzar otra vez desde cero, y asumir la desesperanza ahora manifestada en esporádicos brotes de violencia sin sentido a que la intolerable represión del régimen los empujaba.” (pág. 261).

martes, 18 de junio de 2013

VARGAS LLOSA, Mario, La verdad de las mentiras



VARGAS  LLOSA, Mario, La verdad de las mentiras, Alfaguara, Madrid, 2002.
            (BUC. 82-3 VAR, M.)
            
            Este libro agrupa recensiones de treinta y cinco novelas sobresalientes del siglo XX, las cuales aparecen en su orden cronológico de publicación. Se inicia con El corazón de las tinieblas de Conrad (1902) y culmina con Sostiene Pereira de Tabucci (1994).
            Son críticas profundas que contextualizan bien la obra en su tiempo y la proyectan en el actual, relacionándola con otras creaciones y analizando su técnica y su contenido desde muy diversos aspectos. Las ideas y opiniones del autor se manifiestan y argumentan con profusión. Así, su defensa de la libertad individual a todo trance; también su desencanto y rechazo actual respecto a las ideas revolucionarias se sobreentiende o queda explícito.
            El gran escritor de novelas, que para mí han sido tan reveladoras como La ciudad y los perros, La casa verde, Conversación en la catedral o La fiesta del chivo, demuestra también como crítico la fuerza de su pluma magistral, aunque a algunos de sus muchos admiradores nos disguste que haya cambiado tanto las ideas progresistas de antaño y no deje de sorprendernos con sus alegatos en favor del capitalismo neoliberal o por su fervor hacia la política de Margaret Thatcher. El caso es que las glosas aquí recogidas están tan bien escritas que, en lugar de animarme a la tarea, me han desmoralizado un poco para realizar mis humildes comentarios. Seguro que, si no me olvido de su modelo, me van a resultar inevitablemente superficiales e incompletos.
La compilación de críticas literarias está compuesta a lo largo de varios años y firmada en diferentes ciudades y países donde Vargas Llosa ha residido: Lima, Tumbes, Washintong, París; la mayoría se localizan en Londres.
He leído solamente los ensayos referentes a las novelas más recordadas y disfrutadas por mí, entre otras: Un mundo feliz de Huxley, El extranjero de Camus, El viejo y el mar de Hemingway, El cuaderno dorado de Lessing, Opiniones de un payaso de Böll o Sostiene Pereira de Tabucci.
Contiene el volumen un prólogo apasionado sobre el sentido de la ficción, precisamente el que recoge el título del libro, y un epílogo sobre la literatura y la vida, donde insiste con lucidez en las razones del placer de la lectura.


















HOMENAJE A FELIPE MATARRANZ


            Este sábado de primavera, 15 de junio de 2013, se celebra en Colombres, pueblo limítrofe entre Cantabria y Asturias, un nuevo homenaje a un luchador que ha resistido todas las penalidades imaginables como precio por su lealtad a la causa republicana.
            Felipe Matarranz tiene 97 años bien cumplidos. Los lleva airoso con la cabeza erguida y lúcida, y todos sus amigos confiamos en que, al paso que va, llegará a ser el más viejo del mundo, como lo es hoy la japonesa Misao Okawa con sus 115 aniversarios. Este anciano rebelde es un hombre afable y sin odio, que guarda la huella y la memoria de la lucha del pueblo español contra el fascismo. Un símbolo vivo, entre tantos muertos, de nuestra cruel guerra y, también, de la posguerra, más cruel aún, porque los vencedores del levantamiento militar contra la República ya no se jugaban nada y, sin embargo, o quizás por ello, mostraron el desprecio criminal a la condición humana y se ensañaron como fieras con los vencidos y sus familias.
            Sabemos poco todavía de aquella guerra “incivil” y menos todavía de la década del espanto mudo, los diez primeros años de la paz franquista. Demasiados muertos sin sepultura, demasiados silencios de la gente aplastada, demasiados pactos contra la memoria histórica en nuestra descafeinada democracia. Impunidad para los verdugos y ninguna reparación a las víctimas Por eso impresiona tanto la lectura del testimonio de este protagonista, publicado en La Habana en 1987: “Manuscrito de un superviviente”. Es la verdad descarnada y a cara perro de una tragedia colectiva y personal que narra con una prosa cuidada y emocionante, desde la pluma esforzada de un hombre sin estudios que posee la sabiduría del dolor y de la experiencia marcada a fuego.
            En la guerra, un chavalín entusiasta: el hambre, el frío, la lucha sin oficiales con formación adecuada, sin avituallamiento, sin hospitales de campaña, y el combate con viejos fusiles y escopetas de caza contra los aviones alemanes. Su ardor es traspasado por un balazo y le dan por muerto. En la postguerra, la juventud entre rejas: la cárcel negra, más hambre insoportable, más frío gélido, meses de incomunicación por no delatar a los camaradas, trabajo extenuante, ensañamiento de los guardianes, tortura sin freno: palizas con vergajos de toro, corrientes eléctricas, picana. Consejo de Guerra en Torrelavega en el que le condenan a muerte a los 22 años, meses a la espera angustiosa de la ejecución; y tras la conmutación por cadena perpetua, otro Consejo de Guerra y una segunda condena a muerte. Condiciones infrahumanas en mazmorras franquistas en las que matar 500 piojos al día era normal, había que hacer las necesidades en el “zambullo“, un caldero de zinc a la vista de todos, y comer sólo la bazofia carcelaria. Su gran envergadura física queda reducida a 32 kilos de peso, un esqueleto que no se tenía en pie. El suplicio cotidiano encima se aderezaba con la farsa de la misa obligatoria y la lectura del periódico de titulo sádico: “Redención”, que para mayor escarnio suponía la eliminación de las visitas para el preso que se negara a subscribirlo.
            Así que una noche, el que cantaba a la vida y al progreso para todos, intenta un suicidio para escapar de aquel sufrimiento sin esperanza, para no ver morir a los compañeros de avitaminosis, para no seguir escuchando aquel desgarrador: “hasta nunca”, con el que los seleccionados para las “sacas” se despedían para siempre. Felipe los contó uno a uno: mil novecientos treinta y tres reclusos fueron fusilados en los distintos penales en que estuvo preso.
            Uno se pregunta cómo pudo aquel pobre muchacho sobrevivir a este sinfín de horrores y viéndole ahora deduces que ha sido por su enorme coraje, su resistencia física y moral y, sobre todo, por sus convicciones, por la fuerza de sus ideales revolucionarios. Por encima de todo, hay una grandeza en esta persona que te sobrecoge y es que, además de su entrega a los valores de la justicia y la libertad, las duras pruebas infligidas a su cuerpo y las cicatrices tatuadas en su alma no le han llevado al rencor ni a la amargura.
            Es un ser extraordinario y modesto que ha conseguido superar la tristeza de la derrota, la opresión y explotación de la cárcel, el miedo al chivatazo del vecino, el deseo de venganza y las vicisitudes del tiempo de su difícil función como “enlace” de los maquis en la sierra de Cuera y sus alrededores. Con más esfuerzo si cabe, se ha enfrentado al estupor doloroso ante el olvido y el abandono de los últimos guerrilleros refugiados en los montes por parte del gobierno republicano en el exilio y de la dirección del partido comunista.
            Un hombre duro y tierno a la vez, que siempre esconde una lágrima cuando te cuenta el calvario de su madre, la pena infinita por esa “viejina y mártir” que soporta como puede toda la represión despiadada contra él y sus hermanos: el campo de concentración de su hermano Cosme; la disparatada condena a muerte de su hermana Antolina por coser los uniformes de los soldados “rojos”, o ese episodio conmovedor cuando, sin comida y sin dinero, se pone en camino desde La Franca a La Felguera dispuesta a recorrer a pie los ciento cuarenta kilómetros que la separan de su hijo herido e ingresado en el hospital asturiano.
            Compañero Felipe eres, en estos tiempos de escepticismo y escaso compromiso, una “rara avis”. “Capitán Lobo”, me alegra la coincidencia de mi apellido materno con tu más conocido apodo, representas un claro ejemplo de la resistencia del espíritu humano. Has tenido que sufrir más que nadie con la perversión de nuestra utopía más querida, la comunista, aunque nunca te has dejado dominar por el derrotismo pesimista de que no merece la pena tanto esfuerzo y sacrificio y alimentas día a día un optimismo basado en que los sueños nunca se alcanzan, pero nos permiten avanzar, y en la máxima de Cicerón sobre que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Te damos las gracias.

 

miércoles, 5 de junio de 2013

PAYASOS DE HOSPITAL. PUPACLOWN


            Los payasos iban despertando las sonrisas en los pasillos silenciosos, iluminaban con sus cuentos las caras pálidas de los niños enfermos y levantaban el ánimo de los padres entristecidos. La risa es terapéutica, demostraron.
            Una mañana, sin pedir permiso, el payaso más atrevido se colocó debajo de la cama de un niño que lloraba aterrado porque le iban a practicar una punción lumbar. Asomó su narizota roja y su ternura cómica, mostrándole al pequeño una cajita: “¡Mira, mira, cómo se esconde la araña! Ya verás, si estamos muy, muy quietos la vamos a engañar y seguro que se asomará”. El niño quedó expectante y no se movió más, por ello no sintió ningún dolor. A partir de aquel día, los médicos y las enfermeras reclamaron la presencia imprescindible de los Payasos de Hospital. Y de una labor de voluntariado, iniciada en 1998 y apuntalada en la pura generosidad, se pasó en el Hospital Virgen de la Arrixaca a la consolidación de un nuevo recurso sanitario. Como en Murcia, ocurrió en muchas otras ciudades.
            Así comenzó la función, pero eso no fue todo. De la misma imaginación creadora y solidaria nació un nuevo cuento: Érase una vez un niño ciego que veía los colores, una niña sorda que escuchaba las voces, un joven paralítico que tenía reservado el mejor lugar de la platea. Érase una vez un teatro destinado a la infancia, concebido, desde la primera piedra, para que al mismo puedan asistir, también, los niños enfermos y los que viven cualquier discapacidad. Un centro para disfrutar el teatro sin discriminación, desde la butaca, la silla de ruedas o la camilla, en el que los espectáculos son audiodescritos e interpretados en lengua de signos.
            Durante una larga travesía de siete años (desde el 2003 hasta el 2010), estos locos Payasos de Hospital hablaron con todos los amigos y profesionales a su alcance, recorrieron sedes institucionales y visitaron los despachos de empresarios y banqueros. Mucha ilusión y talento, montañas de tenacidad, fe en las posibilidades del proyecto y en la sensibilidad de la gente, alegría de vivir.
            El sueño se hizo realidad y se llama Centro Escénico Infantil y Juvenil “Pupaclown”. Es un edificio precioso, azul y rosa, que alberga un gran espacio dedicado a talleres y una espléndida sala semicircular con 300 sillas de colores bajo una cúpula tachonada de estrellas. No existen obstáculos ni escaleras, se accede mediante suaves rampas, todo está cuidado y pensado hasta el mínimo detalle. Está situado en el Barrio de San Basilio de la capital murciana y hasta el nombre de la calle le viene al pelo: Federico García Lorca.
            Allí se dejan el alma cada día, Pepa, Alfonso y otros estupendos actores y actrices profesionales, dirigidos por Juan Pedro Romera, a quien conozco hace una friolera de años (cuando inicié mi investigación en el teatro infantil), y cuya estela sigo desde entonces, porque su trabajo como dramaturgo, director de escena y actor destila calidad y revela un profundo respeto por los niños. “Pupaclown” ofrece una variada programación seis días a la semana, ahí es nada, en la que participan las mejores compañías de España y algunas extranjeras que se dedican a este público tan exigente como sincero.
            Hay mucha inteligencia, pasión e ideas originales. Han creado un Banco Solidario para que podamos regalar medios y entradas a niños sin recursos, diseñan divertidos programas de mano con lenguaje poético y han iniciado talleres integrales de artes escénicas para niños y niñas discapacitados visuales, auditivos, motóricos y sin discapacidad alguna, en los que ellos mismos inventan la historia, construyen la escenografía y vestuario, incorporan los medios audiovisuales y, finalmente, la interpretan en una representación pública. Dorothy Heathcote, sin duda, se conmovería al leer esto.
            Este Centro es un vigoroso árbol de emociones colectivas que regala equilibrio y felicidad. Esta primavera he hablado de ello con un colega catedrático de la Universidad de Murcia y hemos coincidido en las enormes posibilidades que ofrece para los profesores y los estudiantes de la Facultad de Educación en los campos de la docencia y de la investigación. Ojalá, no tardando mucho, se establezcan vínculos flexibles y creativos sumando las energías que, a pesar de los injustos recortes ministeriales, subsisten en el mundo de la educación y del arte en beneficio de los chavales y de todos nosotros.
            Lo más difícil ya está conseguido. ¡Ciao, teatro!, como diría Franco Passatore.
            Web: www.pupaclown.org    info@pupaclown.org  T. 968 93 23 11

sábado, 1 de junio de 2013

BRAINARD Joe, Me acuerdo


BRAINARD Joe, Me acuerdo. (1975), Sexto Piso, Madrid, 2009.

(BUC 820-4 BRA, J.)

Brainard (1942-1994), más conocido como artista plástico y diseñador que como escritor.

Irrumpe en el panorama literario de Estados Unidos en los años 70 con un enorme éxito. Y sigue teniendo un gran reconocimiento hoy día. El propio Paul Auster considera este texto como uno de los pocos libros completamente originales que ha leído, una pequeña y modesta joya que perdurará siempre.

       El autor recoge, en frases de 2 a 15 líneas, más de mil evocaciones de su vida y de su época. Van desde lo más íntimo al retrato de la cultura y del imaginario popular de los Estados Unidos de los años cuarenta y los cincuenta. Algunos tienen una pizca de humor.

       Brainard es quien inventa esta sencilla fórmula de” Me acuerdo” que, en una repetición casi de mantra, va desgranando las páginas de su memoria vital. El primero y el último de los recuerdos están entre los que más me han gustado:

       “Me acuerdo de la primera vez que me mandaron una carta en uno de esos sobres donde decía: “Devolver a los cinco días a” y de que pensaba que a los cinco días tenía que devolver la carta.”

       ”Me acuerdo de un sueño en el que conocía a un hombre hecho de un queso amarillo muy blando, y cuando fui a darle la mano me quedé con todo su brazo.”

                El francés Georges Perec, miembro del Oulipo, escribió por su parte Je me souviens (1978) bajo este modelo, y yo misma, animada por ambos precedentes, me lancé a utilizar esta sorprendente y sencilla herramienta para estimular la memoria personal en mis “Me acuerdo. Mieres 0-14 años”, que edité para familiares y amigos en diciembre de 2010. Os recomiendo su uso.

EL DEBATE CULTURAL DE SANTANDER

UN ERROR IRREPARABLE Y LUCES EN LA SOMBRA

       ISABEL TEJERINA

      Profesora y actriz aficionada


      (Artículo publicado en el Diario Montañés el 29 de mayo de 2013)

                Este debate nació como reacción ante un informe encargado por el propio Ayuntamiento, ya que en el mismo –qué osadía- se señalaban algunos lastres de la vida cultural santanderina. Una muestra de la resistencia a la crítica que ostentan quienes administran nuestros presupuestos, acostumbrados como están a las alabanzas y al servilismo de las camarillas de turno.

                Las opiniones vertidas  sobre el futuro están sirviendo para olvidar el pasado reciente. Una gran pantalla que ha desviado el foco de atención sobre la ubicación del Centro Botín. La última paletada en el entierro de la polémica sobre una decisión que transformará para siempre la belleza de nuestra bahía. No ha habido manera de que el insigne banquero se convenciese de que ésta era una oportunidad histórica para hacer algo realmente valioso por su ciudad, situando su edificio en otro lugar, en una zona hoy deprimida, pero de enorme potencial estético y urbanístico: el entorno de la Biblioteca Central. El que realmente manda en Cantabria podría haber unido con facilidad mecenazgo y verdadero progreso de la capital y aprovechar la ocasión para redimirse ante el pueblo de algunos de sus pecados financieros. Ha optado por un gesto narcisista y prepotente, que nuestros políticos tiralevitas le han aplaudido. Coincido con otras voces en que se trata de un inmenso error.

                Por otro lado, más allá, o más acá, del macro diseño de anillos y ejes estratégicos de la cultura institucional y subvencionada, cuya realidad es posible que nunca traspase las fronteras de la pura especulación, quisiera destacar muy en positivo la energía e iniciativa de gentes sin nombre, la presencia real de los muchos amantes de la cultura que cada día la ejercen por puro amor al arte. Cientos de aficionados a la música, la fotografía, el cine, la pintura, la literatura o el teatro, que no se llaman a sí mismos artistas, pero que crean cultura, muchas veces de indudable calidad, en barrios, foros alternativos, blogs, talleres, tertulias, etc. Surgen espacios por doquier para unos creadores que no sólo no reciben ayuda alguna, sino que bastantes veces han de poner su dinero propio para cumplir sus ansias artísticas. Y cuyo número crece precisamente en época de crisis. Porque en medio de la involución económica y política que padecemos, la cultura nos es más necesaria que nunca: nos ayuda a respirar, a pensar y a soñar.

viernes, 24 de mayo de 2013

CSÁTH Géza, Cuentos que acaban mal


CSÁTH Géza, Cuentos que acaban mal, El Nadir, Valencia, 2007.

            (Propiedad personal).

             Bajo este sugerente título -quizás más acertado hubiera sido el de Cuentos del mal, porque de una honda indagación sobre el lado oscuro de la naturaleza humana se trata en gran parte de ellos-, se reúnen en este volumen un conjunto de 18 relatos breves. Como tres de ellos se despliegan en otros, el  total es de 30 cuentos con temática variada: sueños, escenas costumbristas, el opio, la locura o la muerte y, muy en especial, el triunfo impune de la maldad.
 
            Géza Csáth (1887-1919), seudónimo de József Brenner, fue médico psiquiatra de tendencia freudiana, artista brillante, violinista, pintor, crítico musical, narrador, poeta y dramaturgo. Se hizo adicto a la morfina, cuando volvió gravemente enfermo de la I Guerra Mundial, pasó varias veces por el psiquiátrico y acabó por asesinar a su esposa y morir a los 32 años en su segundo intento de suicidio. Experimentó con pasión el mundo de la droga como actitud vital y acabó devorado por ella. Escritor maldito y difícil de clasificar, se enfrenta a su obra sin convencionalismos burgueses y desde la verdad radical.
 
            Cuentos que acaban mal es su primera obra traducida al español, seguida por su atrevido Diario de Géza Csáth (2009), también publicada por El Nadir. Me voy a detener en la fascinación por el tema del mal. La maldad posee un innegable impacto y misterioso atractivo en distintos órdenes de la vida y del arte, también en la literatura. ¿Cuál es la razón? ¿Por qué concita nuestro interés? Con independencia de las muchas teorías sobre si el origen del mal está en la propia genética humana; es una creación divina o bien sólo un resultado de la influencia cultural y social, etc.; más allá o más acá de tantas referencias ilustres como la inocencia primitiva del “buen salvaje” (Rosseau), el “instinto de muerte” (Freud, Jung o Fromm), la metáfora sartriana en torno a que “el infierno son los otros” o la borgiana “historia universal de la infamia”, participo de la creencia generalizada de que la dualidad bien/mal late en cada uno de nosotros. Salvo los casos patológicos, tenemos devoción por el bien y, en mayor o menor medida, una inclinación natural hacia la maldad que la mayoría, desde niños, reprimimos en el intento de cumplimiento de los códigos de la moral establecida y de la ética personal, así como del objetivo de la imagen positiva y satisfecha de nosotros mismos que, no sin esfuerzo, vamos labrando.
 
            Esta cuidada selección constituye una mezcla de agilidad narrativa, contundencia amarga y humor negro. La crítica ha revelado la influencia de Géza Csáth en otros escritores húngaros: la crueldad de Agota Kristof, la ironía amarga de Kosztolanyi o la misoginia de Sándor Márai. La presencia del narrador-personaje (testigo o protagonista) dota a estos relatos de una inusual verosimilitud que hace creíble la maldad sin límite ni finalidad; una mirada que no se detiene ante ninguna frontera del sadismo o la violencia gratuita, y que se sitúa en el límite de lo soportable para el lector. Sus tramas están bien urdidas y se completan con logrados desenlaces: sorprendentes (“La rana”), burlones (“El cirujano”, “Padre e hijo”, “Trepov en la mesa de disección), escalofriantes (“El silencio negro”, “La pequeña Emma”, “Matricidio”) y, en todo caso, siempre redondos. Los personajes malvados que crea este escritor, que disecciona el mal con sus ojos de tigre, son seres anestesiados emocionalmente, resentidos o simplemente sádicos, que te hielan la sangre; más cuando son niños o adolescentes. Son cuentos modélicos en su construcción formal y su estilo transparente y Csáth pasará a la historia con su breve obra como un verdadero maestro del relato corto.
 
            Si tuviera que elegir los 4 mejores cuentos de estos 30 cuentos buenos, señalaría, por un lado: “El silencio negro”, “Matricidio” y “La pequeña Emma”, un trío de historias estremecedoras que presentan la demencia bestial hacia un hermano pequeño, el primer cuento; la maldad salvaje de unos adolescentes que indagan en el sufrimiento de los animales por placer y matan a su madre con total frialdad, el segundo, y la crueldad en estado puro de unos niños, el tercero. Tal vez éste último, “La pequeña Emma”, sea el más espantoso. Supone una búsqueda profunda en las raíces conscientes e inconscientes del mal y en torno a su placer mórbido. Narrado en primera persona, mediante el recurso de un diario infantil encontrado muchos años después, cuenta la educación perversa de un maestro despiadado y las acciones criminales de unos niños satánicos que se ensañan con el dolor antes de irse a merendar tan tranquilos: ahorcan a un perrito, diseccionan en vivo a un gato y entre cuatro compañeros de clase, dos muchachos y dos niñas, cuelgan de una soga a la pequeña Emma por envidia, por venganza, por violencia irracional ante un ángel hermoso al que había que exterminar. Sin duda, la comparación con la soberbia película de Michael Haneke, La cinta blanca (2009), nos resulta inevitable. Por último, en cuarto lugar, destacaría “Padre e hijo”, espléndida muestra de humor negro en esa reclamación del cadáver del padre en la morgue, la sátira contra el ingeniero bien afeitado que pasa de inmediato del sentimiento de pena al de la vergüenza ante unos estudiantes de medicina y que culmina con la imagen de la danza insólita -me atrevería a decir que algo tierna- del hijo que abraza torpemente el hermoso esqueleto de su padre por el corredor adelante.

            Budapest, la bella capital de Hungría, gótica y gélida, pudiera ser el escenario perfecto de estas historias atroces que atrapan por su originalidad y calidad expresiva, por su estilo conciso y directo: un bisturí clavado en las entrañas de la maldad y de los malvados, insensibles al dolor ajeno, ajenos a la responsabilidad moral, verdugos de los débiles.
 
            Relatos magistrales difíciles de olvidar, un alucinante retrato del mal, un aprendizaje seductor, que nos alerta para que mantengamos vigilado y controlado a nuestro Mr Hyde particular, o al del vecino.

miércoles, 1 de mayo de 2013

ULTRAS RECICLADOS


            El despertador sonó a la hora de todos los días con la sintonía del informativo de su emisora. Media hora de gimnasia, ducha rápida y un vistazo al periódico, mientras sorbía el café con leche bien cargado. La rutina de siempre. Estuvo un buen rato escuchando la voz rotunda del tertuliano de Intereconomía que tanto le gustaba y que no dejaba títere con cabeza, dando caña y cantando verdades. Le cargaba las pilas, decía.
         Sentado en la butaca de cuero frente al ventanal del salón, con los ojos cerrados y la cabeza entre las manos crispadas, repasó lentamente los pasos que iba a dar. Se levantó con la determinación sellada en un rictus de la boca, miró la hora en su Rolex deportivo y, a través de los visillos transparentes, comprobó el ajetreo habitual de la calle. Tenía tiempo de sobra para ir andando; era más seguro. “El tío no va a llegar antes de las diez, por lo menos. Para algo le han ascendido”, pensó.
            Metió el revólver en el bolsillo y salió de casa.

            Caminaba con paso decidido, casi atlético para su edad. La vista siempre al frente. Hoy su cara redonda y mofletuda estaba algo más roja que de costumbre. El entrecejo muy fruncido tras las gafas de sol. Iba concentrado en la marcha, los cinco sentidos alerta, con la sabiduría del profesional y la experiencia del fugitivo. El móvil en la mano.

            La pistola oscilaba en el sitio acostumbrado de su pantalón. Le gustaba notar su peso sobre el muslo y aquel vaivén en el bolsillo que ya formaba parte de su andar. De vez en cuando, como una antigua manía, metía la mano floja para empuñar la culata y manoseaba un rato las gastadas incrustaciones de nácar.
            A lo lejos, divisó los pliegues de la enorme rojigualda que ondeaba en la Plaza de Colón. Aspiró una bocanada de aire y se detuvo un momento a contemplarla: “Han tenido que quitar el águila imperial y ponerle la puta coronita, pero sigue siendo la mía, qué coño. Bien que nos la jugamos para defenderla”, masculló rencoroso.

Lo tenía todo planeado. Habían sido dos reportajes a doble página en la prensa canalla que no dejaban un cabo suelto: nombres, fotos, documentos. Nada más leerlo, sospechó que sólo podía ser obra de una sola persona, la misma que le había entregado la otra vez. En un par de días, hizo algunas comprobaciones y arregló los últimos detalles. “¡Maldito gusano! ¡Chivato cabrón!”, maldijo. “¡Me la pegaste una vez pero de ésta no te libras!” Apretó la pistola con fuerza y dejó la mano sobre ella en el bolsillo, disfrutando como nunca el latido de su odio y el sabor caliente de la venganza.
            A la vista del paseo de La Castellana, aminoró la marcha, era demasiado pronto aún. Su entrecejo se frunció un poco más al abismarse en la memoria: “Lo negó hasta el final, pero era de ETA, eso seguro; o les hacía el caldo, para el caso igual”. Y luego, lleno de rabia, barbotó: “Y si no llega a ser porque el imbécil de Ignacio se puso nervioso… ¡me canta La Traviata!
            Para hacer tiempo, fue a sentarse en un banco a la sombra. Se colocó a propósito a distancia del grupo de jubilados que acaparaban el sol raquítico de marzo, “unos parásitos”, sentenció, y de los niños, babeantes y gritones, que sólo le producían asco. Una sonrisa de escepticismo se dibujó en su cara: “Mucho puño de hierro y brazalete con esvástica, mucho vitorear aquello de anhelo de sacrificio y sed de martirio, pero a la hora de la verdad, una banda de inútiles que no tenían cojones”. Cruzó las piernas y se irguió en el banco con la espalda muy derecha, reviviendo aquellos días casi olvidados que ahora se imponían con fuerza. Eran varios los atentados importantes que tenían preparados, pero, a última hora, aparecían los mequetrefes de turno con mil inconvenientes y tenían que suspender la operación: “Al final, todos se rajaban. Por eso le tocó a ella ser la primera, porque estaba a tiro”. Se pasó el pañuelo por la frente sudorosa y se le fue la vista al recuerdo: “Era demasiado joven y bastante guapa la muy hijaputa.” La imagen relegada como una sombra en un rincón de su cerebro reapareció de golpe: el jersey violeta lleno de salpicaduras, la cara destrozada, el charco de sangre en el pedregal del descampado. Y él pegado al volante, como una mole de piedra, sin poder arrancar el coche. Todavía se acordaba de sus gemidos de niña pequeña, el espanto de aquellos ojos color avellana, su grito desgarrado cuando le puso la pistola en la sien.
            “¡Aquella jodida noche!” Algo nervioso, aseguró los cordones de sus zapatos, frotó primero un pie, luego el otro, contra las perneras del pantalón y rechazó de plano la emoción que intentaba formarse en su pecho; eso quedaba para los maricones. Clavó una mirada vacía en el infinito, levantó los hombros y suspiró con fuerza: “¡Qué carajo! ¡Iba de mosquita muerta, pero de eso nada!” A él no le temblaba el pulso. A empellones, la obligó a bajarse del coche y, arrodillada en el suelo, le disparó dos tiros a bocajarro: “¡Había que pararles los pies a todos los rojos de mierda que pretendían pasarnos factura! ¡Había que limpiar España de una puta una vez!”, farfulló con la boca torcida.
            Sacó del bolsillo interior de la chaqueta el encendedor de yesca, una reliquia del pasado, y un cigarrillo rubio de una cajetilla arrugada. Lo encendió y echó varias caladas con parsimonia, dominando con la mirada los árboles de la avenida que le parecían soldados en formación. Estiró las piernas. “Todos los peces gordos que estaban en el ajo se fueron de rositas y han vivido como duques, gracias a mí.” “¡Éste también, éste el que más!”, murmuró entre dientes. “Algunos, por la cuenta que les trae, en cuanto salí del truyo me ayudaron para lo de cambiar el nombre y me han dado mi buen curro como asesor. Por servicios prestados, nada más faltaba”, se dijo arrogante. Mi experiencia les viene de puta madre, les comentaba a sus colegas, mientras, entre copa y copa, se carcajeaba de los polis pardillos, jóvenes y no tan jóvenes, a los que se encargaba de formar. “Y ahora que todo iba sobre ruedas, ¡tenía que meterse este judas por el medio y dejarme con el culo al aire otra vez!”, despotricó rechinando los dientes.
            Se levantó furioso del banco, sopesó el arma entre los dedos dentro del bolsillo y, a grandes zancadas, atravesó el bulevar hacia el trajín de Velázquez. Desde allí a su destino quedaba todavía un rato. Sólo se detuvo cuando avistó la fachada de la Dirección General. Confirmó una vez más que no venía nadie detrás, miró la hora y avanzó seguro de lo que tenía que hacer y decir. El guardia de la entrada le hizo un gesto para que no se molestara en sacar el carnet, le conocía de sobra. Subió las escaleras de dos en dos y no le hizo ningún caso al alto tajante del secretario con aspecto de gorila. Giró bruscamente la manilla dorada de la puerta de madera maciza, avanzó a trancos hasta la mesa enorme de patas labradas y allí se plantó. El comisario, que estaba parapetado tras el ABC, por entre cuyas páginas asomaba su mano con el ostentoso anillo de toda la vida, levantó la cabeza cana, sin poder evitar el gesto de la autoridad contrariada en su reposo matutino. De inmediato, reconoció la inconfundible cara de sapo de su antiguo camarada y abrió la boca con su nombre en los labios temblorosos. Pasaron unos segundos muertos, inmóviles los dos. Entonces, él sacó la pistola del bolsillo con parsimonia, le contempló con el desprecio infinito con que se mira a un traidor y le encañonó.
            Ni siquiera vio su inútil gesto de defensa con las manos. Apuntó primero al centro de la medalla que ostentaba en el pecho y le atravesó el corazón. El segundo disparo traspasó una mano violácea y fue a incrustarse entre los ojos aterrados de aquel miserable que le había vendido para librarse por segunda vez.

 [1] Este relato es ficción, aunque inspirado en hechos reales. Yolanda González, militante del Partido Socialista de los Trabajadores, fue asesinada en Madrid el 2 de febrero de 1980 por Emilio Hellín, a quien acompañaba Ignacio Abad, ambos militantes de Fuerza Nueva. Yolanda tenía 19 años. Condenado a 43 años, Hellín se fugó de la cárcel, fue deportado desde Paraguay donde residió tres años, y sólo cumplió 14 años entre rejas. Transcurridos treinta y tres años del horrible crimen, El País rememoró los hechos junto a la escandalosa noticia de que el asesino, con el nuevo nombre de Luis Enrique, trabaja en la actualidad para la Policía Científica y la Guardia Civil. Son dos reportajes firmados por el periodista José María Irujo en las fechas 24 de febrero y 3 de marzo de 2013.