Es la última novela (Tusquets, Barcelona, 2012) de este peculiar escritor (Bilbao, 1923), a quien descubrí hace años con “La higuera”, Premio Nacional de Narrativa 2006, una conmovedora historia
sobre la memoria de la guerra civil, en torno a la venganza y el perdón.
Y quién me iba a decir a mí que me iba a gustar, y mucho,
una obra en la que el fútbol es un ingrediente fundamental, a mí que aborrezco
el “deporte rey” por su omnipresencia
forzosa en nuestra vida cotidiana.
Pero es que el fútbol en esta novela de Ramiro Pinilla
está lejos del actual juego de las estrellas mediáticas millonarias para
encarnar la afición apasionada por un equipo que salía de la propia cantera y que
con sus triunfos enarboló entre vítores la revancha de un pueblo vencido y
reprimido brutalmente. Quiero decir que los vascos de la posguerra (y también muchos
aficionados al balompié de allende sus
fronteras) cifraban en las victorias del Athletic de Bilbao su orgullosa
identidad nacional y también su antifranquismo frente a un Real Madrid que
representaba los colores del Régimen odiado.
Aunque el fútbol es aquí sólo el marco sociopolítico, lo
que importa es el futbolista. La desdicha de Souto Menaya, “Botas”, héroe del
Athletic, porque es el que mete de cabeza el mítico gol contra el Real Madrid
para alzarse con la Copa del Rey y porque tamaño triunfo sucede... en el año 1943. Y desde la gloria, la invalidez y el retiro forzoso a la miseria, el descenso a los infiernos del infeliz muchacho.
Su lucha vacilante contra la tentación deshonrosa no
elude la desesperanza de los sueños rotos y pienso que su verdadera grandeza
reside en que mantiene su dignidad incluso más allá de la pérdida de la
inocencia y de la fe compartida con el sentimiento de su pueblo.
Una historia emocionante en la sencillez y desamparo de
un ser humano que al final sólo se tiene a sí mismo para salvaguardar su propia
estima y la de todos.
Además de cuestiones trascendentales sobre los desengaños
de la vida, el texto de Pinilla remeda con viveza el habla popular y la salpica
con vocablos vascos de marcada eufonía como “las excursiones de mendigotzales” o “los zurriburris de
piernas, culos y caderas” para meter los goles; recuerda la nómina de los primeros
jugadores que no cobraban un céntimo y hasta se compraban las botas: Guinea,
Alzola, Orbe, Ugalde, Ledo o nos revela graciosas curiosidades como la del
famoso “alirón”:
¿Sabes de dónde
viene el alirón? Lo inventaron los mineros. Cuando sacaban una buena veta, el
ingeniero escribía encima con tiza “All Iron”, que en inglés significa “todo
hierro”. Los mineros saltaban porque cobraban jornal extra y el alirón corría
por la mina. Así pasó al “alirón, alirón, el Athletic campeón”. (p. 20)