Ediciones Baile del Sol, Tenerife, 2010 (BUC 820-3 WIL, J)
Creo que es la mejor novela que he leído en los últimos años, debido a la fuerza
de su personaje central, el interés de su trama y la maestría que consigue en
la forma de contar. Fue publicada por primera vez en 1965. Como la crítica ha
señalado repetidamente, resulta sorprendente que, a pesar de su calidad, sea
tan poco conocida.
Jhon Williams,
narrador y poeta, nació en Texas (1922-1994), desempeñó varios empleos en
prensa y radio, y se graduó en la universidad tras enrolarse en el ejército
para participar en la Segunda guerra Mundial. Se doctoró en 1950 y ejerció como
profesor universitario hasta su jubilación.
La historia relata el
drama de un hombre tímido y despreciado, débil y fuerte a la vez, que se
enfrenta a sus decepciones y fracasos con tanta resignación como resistencia. El profesor William
Stoner mantiene durante toda su vida su empeño y vocación contra las muchas dificultades
y humillaciones en el ámbito personal y profesional. El amor al estudio, a la
literatura y a las palabras le sostienen y le compensan del menosprecio de los
colegas y de los sinsabores con los estudiantes, la crueldad de su esposa -otro
personaje muy poderoso y extraño-, el sufrimiento por la separación de su hija o
la renuncia a su amante. No hay épica en su conducta, sino el destello de la
verdad de una vida, una radical humanidad que nos conmueve.
El retrato de esta
persona tan desgraciada muestra las costumbres de la moral provinciana y los
valores de la ética protestante, pero sobre todo hurga sin pudor en las
emociones y los ambientes para presentarnos discursos y escenas inolvidables en
relación con la familia, el amor, la guerra, el sexo o las aulas. Cualquier
universitario se sonreirá con más o menos amargura ante la descripción del
clima de la universidad en algunas de sus relaciones de poder, insidias y
falsedades. En este último tema, destacaría como episodio magistral el que se
refiere al más que merecido suspenso a un alumno protegido y arrogante. La
celebración del examen, junto a los posteriores sucesos en el departamento, es
una pieza única. Con un estilo impecable y dominio de la ironía, se nos muestra
la lucha de nuestro protagonista contra la manipulación y el chanchullo, su
victoria moral y la consiguiente degradación académica. No faltan detalles
inesperados en la tensión narrativa, como el gesto de dignidad de un compañero
que parecía más conformista y cobarde de lo que era o la utilización perversa
de la propia discapacidad física de otro en beneficio de su despotismo y
vanidad.
La cita recoge una
muestra de su áspera relación matrimonial, y advierto que esto es sólo el
principio:
“Al mes sabía que su matrimonio era un fracaso, al año dejó de esperar
que mejorara. Aprendió a callar y no persistió en su amor. Si hablaba con ella
o la tocaba con ternura, ella se apartaba de él retrayéndose y se quedaba muda,
hierática, y durante días se sumergía en nuevos límites de agotamiento. Debido
a una cabezonería no pactada que ambos compartían, dormían en la misma cama, a
veces de noche, dormida, se movía sin darse cuenta hacia él. Y, entonces, su
determinación y conocimiento se disolvían ante su amor y él se movía hacia
ella. Si ella estaba lo suficientemente despierta se tensaba y se ponía rígida,
moviendo la cabeza hacia un lado en un gesto familiar y enterrándola en la
almohada, soportando la violación. En esas ocasiones, Stoner desempeñaba el
acto amoroso tan rápido como podía, odiándose por las prisas y arrepentido de
su pasión. Con menor frecuencia ella permanecía medio aturdida por el sueño,
entonces era pasiva y murmuraba somnolienta, no sabía si protestando o
sorprendida. Llegó a ansiar aquellos momentos extraños e impredecibles, ya que
en aquella aquiescencia narcótica del sueño cabía engañarse con haber sido
correspondido de algún modo. (pág. 70)