(Seix Barral, Barcelona, 2013. Propiedad personal y
prestable. También en BUC, División de Ciencias y División de Medicina)
Un título
desconcertante para un libro difícil de clasificar, que oscila entre la
biografía y la memoria personal, con un poso de ensayo tejido en la urdimbre de
una narración en primera persona.
Esta frase
del título, la ridícula idea de no volver
a verte, se aleja de la rotunda definición que diera Vázquez Montalbán: “La muerte es una putada”, la que siempre nos viene a la mente a quienes
superamos mal ese duelo inevitable. ¿Ridícula?
Trágica más bien, nos resulta la idea. Y es que Rosa Montero habla de la
muerte desde otra visión: como un momento de revelación, como algo natural y
sin congoja. Un episodio extraordinario en el que puedes atisbar por un
instante la grieta de lo verdadero. Nunca se siente uno tan auténtico, como en
los nacimientos y en las muertes, nos dice. (p. 9)
La
enfermedad de su marido alentó la novela de ciencia ficción Lágrimas en la lluvia (Seix Barral,
2011) y el trallazo de su muerte prematura la escritura de este texto. Es la
literatura como bálsamo para las heridas de la vida, su ejercicio como consuelo
ante la amargura de la pérdida, una vez que la autora modificó su juicio
anterior de que “era una indecencia hacer
un uso artístico del propio dolor”. (p. 31)
El cañamazo
de esta obra es el comentario extenso y a saltos del diario escrito por Marie
Curie tras la muerte accidental de su esposo (París, 30 de abril de 1906). Un
relato donde se glosa la vida de esta mujer excepcional: las peripecias y
enormes sacrificios de la pareja, en especial de Marie, consagrada con pasión
al descubrimiento de la radiactividad, junto al análisis social de la época en
el que se abordan con amenidad cuestiones relativas a ciencia y compromiso,
amor y sexo, vida y dignidad, entre otras. En paralelo, la autora nos va
desgranando su memoria personal y sus pensamientos, interrogantes y respuestas
sobre la muerte, literatura, feminismo, educación o felicidad, desde la cercana
voz narrativa de una confidente que nos regala moral y alegría de
vivir.
Me admira la entereza de Rosa Montero, la firmeza con la que se sobrepone
al fin inexorable de la relación más larga de su vida, veintiún años juntos. Hay
que aprender de ella. Y me sorprende lo poco que habla directamente de su
marido, el periodista Pablo Lizcano, aunque sin duda sea su desaparición la
situación que origina esta manifestación de reflexiones y sentimientos con la
fuerza de la sinceridad y la emoción a flor de piel.
En
definitiva, un libro en torno a la muerte que trata, sobre todo, de la vida.
“Confieso que, durante muchos años,
consideré que era una indecencia hacer un uso artístico del propio dolor.
Deploré que Eric Clapton compusiera “Tears in Heaven” (Lágrimas en el cielo),
la canción dedicada a su hijo Conor, fallecido a los cuatro años de edad al
caer de un piso 53 en Nueva York; y me incomodó que Isabel Allende publicara
“Paula”, la novela autobiográfica sobre
la muerte de su hija. Para mí era como si estuvieran de algún modo traficando con
esos dolores que hubieran debido ser tan puros. Pero luego, con el tiempo, he
ido cambiando de opinión; de hecho, he llegado a la conclusión de que en
realidad es algo que hacemos todos: aunque en mis novelas yo huya con especial
ahínco de lo autobiográfico, simbólicamente me estoy lamiendo mis más profundas
heridas. En el origen de la creatividad está el sufrimiento, el propio y el
ajeno. El verdadero dolor es inefable, nos deja sordos y mudos, está más allá de toda descripción y de
todo consuelo. El verdadero dolor es una ballena demasiado grande para ser
arponeada. Y sin embargo, y a pesar de ello, los escritores nos empeñamos en
poner palabras en la nada. Arrojamos palabras como quien arroja piedrecitas a
un pozo radiactivo hasta cegarlo”. (p. 31)