Los
cines Groucho de Santander han cerrado sus puertas el jueves 30 de octubre.
Otra víctima de la crisis económica, la subida del IVA al 21 % y la
insuficiencia de un público fiel, pero minoritario, para sostener la empresa.
Tras diez años de andadura, la apuesta de José Pinar por un cine alternativo en
el centro de nuestra ciudad, llega a su fin. ¡Qué pena! Nos había avisado
varias veces; se quejaba amargamente y con fundamento de la competencia desleal
y de la falta de ayudas institucionales. Y hace un año puso el cine en venta,
sin resultado.
Mi
lamento no es sólo por un proyecto cultural que fracasa, otro más, es que con
ello también perdemos todos.
A
partir de ahora se cierra un circuito europeo que nos daba la ocasión de
presenciar un tipo de cine de producción modesta, pero al que han acudido
grandes directores y magníficos intérpretes. En su programación hemos visto
algunas de las mejores películas de los últimos años. Lo cierto es que se nos
va a acabar en gran parte el cine de autor y la mirada crítica, que casi
siempre está en las antípodas del cine comercial.
A
los Groucho hemos acudido durante todos estos años con la ilusión del estreno
de las nominaciones y los premios de los mejores Festivales europeos:
Berlinale, Cannes, Venecia, San Sebastián, Sundance, Seminci, Málaga. Hemos
disfrutado películas excelentes, muchas de las cuales no han llegado a
estrenarse, nunca, en otras salas. Enumero algunas de ellas por si se os presenta la coyuntura de verlas. Desde clásicos modernos como Adiós, muchachos de Louis Malle a las de tipo documental como Hanna Arendt de Margarethe von Trotta. Un
cine europeo que nos ha dejado la huella indeleble de su belleza y de su
testimonio como La cinta blanca y Amor de Michael Haneke, En la casa de François Ozon o La herida
de Fernando Franco. También acertadas coproducciones entre países
europeos, La caza de Thomas
Vinterberg (Dinamarca y Suecia) y de éstos con los de ámbitos más lejanos, este
es el caso de La bicicleta verde de la
directora Haifaa Al-Mansour (Arabia Saudí y Alemania). Y hemos descubierto cineastas más exóticos con filmes extraordinarios que nunca se pasarán en los locales de la rumia
de palomitas y el sorbido de colas: El
Havre del finlandés Aki Kaurismaki, De
tal padre, tal hijo del japonés Hirokazu Kore-eda o Una vida sencilla de la china Ann Hui. Se nos aleja el buen cine
con el que nos identificamos, el que nos refleja en su espejo o nos revela nuestras
facetas más desconocidas. El que es siempre un placer y un aprendizaje. Perdemos otra oportunidad la minoría,
que no somos capaces de sostenerlo, y se quedan sin descubrirlo la mayoría, que
todavía no saben que existe. Cada vez más solos, cada vez más incultos. Menos
madera para nuestras ansias artísticas.
¿Para
qué seguir este réquiem? Los cines con el nombre de Groucho Marx, que
representa el humor ingenioso o corrosivo de quien dice lo que no es habitual
escuchar, han perecido por falta de apoyo. Perdonen que no me levante.