miércoles, 15 de julio de 2015

VASCONCELOS José Mauro de, "Mi planta de naranja lima"

 (Libros del Asteroide, Barcelona, 2011 (1ª ed. 1968) (BUC LHg, Extrabuc. VAS, J )

Este relato de infancia con tintes autobiográficos es la obra más famosa de su autor y figura entre las más reconocidas de la literatura brasileña.

  Escritor autodidacta, nació en 1920, en Bangú, Río de Janeiro, y murió en 1984, en Sao Paulo (Brasil). Pasó por muy diferentes oficios: entrenador de boxeo, trabajador en haciendas, pescador, actor y maestro e indagó a fondo en la historia y las tradiciones de su país. Hijo de madre india y padre portugués, convivió con los garimpeiros, los indios y otros sectores oprimidos. Se inició como cuentista oral hasta lograr convertirse en un escritor consagrado con una veintena de libros.

  De esta novela corta habla Román López Tamés en su afortunada Introducción a la Literatura Infantil (1985). La destaca como obra pionera y un buen exponente de la narrativa iberoamericana en busca de su propia voz, desde sus circunstancias propias, muy diferentes a las de Europa. Por eso, tenía muchas ganas y curiosidad por leerla pero resultaba ilocalizable, así que han pasado nada menos que treinta años para encontrarme con ella.

El niño Zezé vive en la mayor de las pobrezas, como tantos otros de su entorno, pero esas condiciones difíciles de supervivencia no le privan de una notable imaginación y de una inteligencia que se manifiesta especialmente dotada para el lenguaje. Fascinado por las palabras, aprende a leer él solo a los cinco años y exhibe unas ganas inmensas de explorar y vivir. Parlotea y juega con su amigo imaginario, el arbolito de naranja lima, despliega mimos y atenciones increíbles en el cuidado de su hermanito pequeño y nos asombra por su velocidad en los aprendizajes.

No faltan quienes aprecian sus ocurrencias verbales y le protegen por sus alocadas travesuras: el tío Edmundo, su hermana Glória, el acaudalado Portuga, el coplero Ariovaldo, su maestra Cecilia. Sin embargo, las penurias marcan el día a día y son demasiadas las preguntas que no encuentran respuesta. Frío, hambre, ningún juguete; rabia y amargura en la odiosa comparación con los felices niños ricos. Lo que más le duele es la falta de ternura: ni hermanos ni amigos suplen la distancia afectiva que le impone su papá, amargado por la falta de trabajo; nadie puede curar a este bambino desolado ante la paliza brutal de un padre que confunde la inocencia del niño con la falta de respeto. Y es que la ignorancia se manifiesta como una de las mayores carencias, es sin duda una de las peores cadenas del ser humano. Por eso, nos da casi tanta pena el padre como el hijo.

Un libro lleno de lirismo y de sonrisas tristes. El mundo desde la memoria del escritor adulto en la mirada asombrada y curiosa del niño al que las injustas circunstancias sociales hacen madurar a marchas forzadas. Se lee con facilidad, es hermoso en su sencillez, pero quizás está, en mi opinión, algo sobrevalorado.

Su hermano Totoca le dice: “creo que el Niño Jesús sólo quiso nacer pobre para exhibirse” (pág. 51) y su hermana Glória, tras la triste cena de Navidad, “tenía los ojos rojos, como si hubiera llorado desconsoladamente.
  Disimuló, y nos dijo a Totoca y a mí:
-  Es hora de que los niños se vayan a la cama.
 Decía eso y nos miraba. Sabía que en aquel momento ya no había niños allí. Todos eran mayores, mayores y tristes, y cenaban la misma tristeza en pedazos.” (págs. 52-53).