Lumen, Barcelona, 2010. (Propiedad de la BUC Ex Novela 480)

Alice Munro (Ontario, 1931) se ha ganado a pulso el
reconocimiento de la crítica y la difusión entre el gran público de forma
gradual e imparable. Lo ha hecho con modestia, por la calidad de su escritura
realista y a la vez llena de extrañeza; porque quien la lee una vez, repite.
Ya me había llamado la atención esta escritora por su
franqueza inusual en El progreso del amor,
otra colección de sus cuentos comentada en este blog; ahora me ha conmovido. Hacía
tiempo que no me impactaba tanto un libro. Cierto que en ello influye el
momento en que hacemos la lectura, pero también hay razones de peso vinculadas
a una temática y a una forma de narrar.
Demasiada felicidad
agrupa 10 relatos. El título del libro es el del último cuento, la
historia, bastante triste, de una pionera matemática rusa de finales del siglo
XIX. Tiene pues un sentido irónico porque, ni en éste ni en ninguno de los restantes,
sobra la felicidad, sino todo lo contrario. Son historias protagonizadas en su
mayoría por mujeres corrientes que viven acontecimientos penosos y se comportan
de modo desconcertante: la madre que va visitar a la cárcel al marido que ha
matado a sus tres hijos, tratando de explicarse el crimen y a sí misma; la mujer
sola que recibe en su casa a quien sabe que es un asesino; amigas colegialas
que exhiben su crueldad contra una compañera porque les disgusta su cara. Historias
terribles que sabemos que ocurren a nuestro alrededor. Personas capaces de
crear el horror o, por el contrario, ser sus víctimas y, en ambos casos,
sobreponerse a los hechos, seguir viviendo su vida marcada; seres humanos
incombustibles a quienes no vence la derrota.
Munro, maestra del realismo, artífice de un estilo
falsamente espontáneo, encuentra en el entorno suficiente material valioso para
su obra: observa la realidad y a la gente normal con microscopio y disecciona los
pensamientos y los sentimientos con un bisturí implacable que corta por lo
sano. También sorprende la insólita sinceridad de lo que dicen y sus diálogos a
bocajarro. Relatos crudos que retratan vidas cotidianas en las que la escritora
introduce como al paso, sin darle mayor importancia, un elemento escalofriante. Asombra la hondura en el análisis de los hechos y de las reacciones a los
mismos y que no juzga. Esas me parecen las claves de su escritura.
La obra no me ha interesado por su dureza extremada ni
porque me identifique con los personajes, sino por la sugestiva manera de
contar la vida y esa permanente frustración de nuestros anhelos. Un continuum denso en el lenguaje directo y,
al tiempo, abundante en elipsis, donde lo que no se dice importa tanto como lo
que se dice.
Un ejemplo de la franqueza aludida de su estilo es la
réplica del joven Ken, al que su madre, Sally, no ve desde hace años:
Mi vida, mi vida, mi evolución, qué podría
descubrir de mi asqueroso yo. Mis metas. Mis gilipolleces. Mi espiritualidad,
mi intelectualidad. No hay nada dentro, Sally. ¿Te importa que te llame Sally?
Me resulta más fácil. Lo único que hay es lo de fuera, lo que haces, todos y
cada uno de los momentos de tu vida. Desde que me di cuenta de eso soy feliz. (p.
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