CSÁTH
Géza, Cuentos que acaban mal, El
Nadir, Valencia, 2007.
(Propiedad personal).
Géza Csáth (1887-1919), seudónimo de
József
Brenner, fue médico psiquiatra de tendencia freudiana, artista
brillante, violinista, pintor, crítico musical, narrador, poeta y dramaturgo.
Se hizo adicto a la morfina, cuando volvió gravemente enfermo de la I Guerra Mundial,
pasó varias veces por el psiquiátrico y acabó por asesinar a su esposa y morir
a los 32 años en su segundo intento de suicidio. Experimentó con pasión el
mundo de la droga como actitud vital y acabó devorado por ella. Escritor
maldito y difícil de clasificar, se enfrenta a su obra sin convencionalismos
burgueses y desde la verdad radical.
Cuentos
que acaban mal es su primera obra traducida al español, seguida
por su atrevido Diario de Géza Csáth (2009),
también publicada por El Nadir. Me voy a detener en la fascinación por el tema
del mal. La maldad posee un innegable impacto y misterioso atractivo en distintos
órdenes de la vida y del arte, también en la literatura. ¿Cuál es la razón? ¿Por
qué concita nuestro interés? Con independencia de las muchas teorías sobre si
el origen del mal está en la propia genética humana; es una creación divina o bien
sólo un resultado de la influencia cultural y social, etc.; más allá o
más acá de tantas referencias ilustres como la inocencia primitiva del “buen
salvaje” (Rosseau), el “instinto de muerte” (Freud, Jung o Fromm), la metáfora
sartriana en torno a que “el infierno son los otros” o la borgiana “historia
universal de la infamia”, participo de la creencia generalizada de que la
dualidad bien/mal late en cada uno de nosotros. Salvo los casos patológicos, tenemos
devoción por el bien y, en mayor o menor medida, una inclinación natural hacia
la maldad que la mayoría, desde niños, reprimimos en el intento de cumplimiento
de los códigos de la moral establecida y de la ética personal, así como del
objetivo de la imagen positiva y satisfecha de nosotros mismos que, no sin
esfuerzo, vamos labrando.
Esta cuidada selección constituye una
mezcla de agilidad narrativa, contundencia amarga y humor negro. La crítica ha
revelado la influencia de Géza Csáth en otros escritores húngaros: la crueldad de Agota Kristof, la ironía amarga de
Kosztolanyi o la misoginia de Sándor Márai. La presencia del narrador-personaje
(testigo o protagonista) dota a estos relatos de una inusual verosimilitud que
hace creíble la maldad sin límite ni finalidad; una mirada que no se detiene
ante ninguna frontera del sadismo o la violencia gratuita, y que se sitúa en el
límite de lo soportable para el lector. Sus tramas están bien urdidas y se
completan con logrados desenlaces: sorprendentes (“La rana”), burlones (“El
cirujano”, “Padre e hijo”, “Trepov en la mesa de disección), escalofriantes (“El
silencio negro”, “La pequeña Emma”, “Matricidio”) y, en todo caso, siempre redondos.
Los personajes malvados que crea este escritor, que disecciona el mal con sus
ojos de tigre, son seres anestesiados emocionalmente, resentidos o simplemente
sádicos, que te hielan la sangre; más cuando son niños o adolescentes. Son
cuentos modélicos en su construcción formal y su estilo transparente y Csáth
pasará a la historia con su breve obra como un verdadero maestro del relato
corto.
Budapest, la bella capital de
Hungría, gótica y gélida, pudiera ser el escenario perfecto de estas historias atroces
que atrapan por su originalidad y calidad expresiva, por su estilo conciso y
directo: un bisturí clavado en las entrañas de la maldad y de los malvados,
insensibles al dolor ajeno, ajenos a la responsabilidad moral, verdugos de los
débiles.
Relatos magistrales difíciles de
olvidar, un alucinante retrato del mal, un aprendizaje seductor, que nos alerta
para que mantengamos vigilado y controlado a nuestro Mr Hyde particular, o al
del vecino.
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