CENTRO CULTURAL QUIMA (C/ José Escandón, 44 Bajo. 39006 Santander)
DÍA DEL LIBRO 2016. ACTIVIDAD
DEL TALLER DE LITERATURA
En la foto, de izquierda a derecha: Justi Benito,
Begoña Ruiz, Cruz Seco, Isabel Tejerina, María Álvarez, Oliva Martitegui y
Raquel Cuevas.
PROGRAMA EN TORNO A LA INFANCIA
Isabel Tejerina. Breve presentación.
Oliva Martitegui. Lectura de “Sobre la infancia” de
Alejandro Romualdo.
Lectura de 2 microrrelatos propios.
María Silveria. Lectura de “Recuerdo infantil” de Antonio
Machado. Lectura de “El maestro” de Eduardo Galeano.
Raquel Cuevas. Lectura de “Nana de la abuela” de Ana Mª
Romero Yebra.
Lectura de 2 microrrelatos propios.
Cruz Seco. Lectura de “Educar” de Gabriel Celaya.
Lectura de 2 microrrelatos propios.
Mar Suárez. Lectura de 2 microrrelatos propios.
Begoña Ruiz. Lectura de “Llegó al aula un 15 de mayo” de
Jairo Aníbal Niño.
Lectura de 2 microrrelatos propios.
Justi Benito. Lectura de “Recuerdo infantil” de María Álvarez.
Lectura de 2 microrrelatos propios.
Isabel Tejerina. Lectura de “El móvil de Hansel y Gretel” de
Hernán Casciari.
Isabel Tejerina. Monitora del Taller. Breve
presentación:
El Taller de
Literatura de Quima os presentamos como compañeras de
este Centro Cultural nuesta actividad colectiva para celebrar con todas
vosotras, como ya es habitual, el Día del Libro. Nos reunimos en este salón siempre
al completo, -muchas gracias por vuestra presencia y calor-, para ofreceros la
lectura emocionada de varios poemas y microrrelatos en torno a la infancia.
Nuestro
objetivo es doble. Por un lado, nuestro entusiasta elogio del libro y de las
palabras en la pluma de grandes escritores, demostración del placer compartido
que disfrutamos en nuestras reuniones quincenales de lectura comentada y
escritura en nuestro Taller; y, asimismo, una muestra de la obra personal de
sus integrantes, quienes se inician en la escritura creativa y comprueban con
asombro cómo van avanzando en sus logros. Este curso nuestra actividad expresiva
se ha centrado en la creación de microrrelatos. Por otro lado, el intento de
animaros, a las personas asistentes, a escribir una composición sobre vuestros recuerdos
de infancia con el fin de participar en el Concurso de Relatos de Quima que, en
la edición de este año, gira precisamente sobre la memoria de la infancia.
Hemos
seleccionado todos los textos, que hemos ensayado para realizar una lectura lo
más expresiva posible, con un criterio de variedad para ofreceros distintos aspectos
en torno a la temática de la infancia. De este hilo os saldrán a vosotras,
estamos seguras, muchos ovillos.
Y nosotras, a
lo mejor -¿por qué no?- se nos apunta algún hombre al grupo, seguiremos el
curso que viene en Quima hablando de libros y componiendo palabras. Porque,
como dice Galeano en su relato, nos sentimos tan unidas que me dan ganas de
dejarlas a todas repetidoras.
Oliva
Martitegui.
Lectura de “Sobre la infancia” del poeta peruano
Alejandro Romualdo.
La
infancia nos llena la cabeza de luciérnagas
de
polvo las rodillas y los ojos nos cubre
dulcemente.
La infancia nos llena las manos
de
globos y limosnas; la boca, de pitos y azucenas
y
nos cubre las espaldas con sus plumas de cigüeña.
En
la infancia son monarcas los ratones y los dientes.
¡Oh
la infancia, la hora blanca del reloj,
el
tierno silabario, el bonete de los ángeles y el duende!
Uno
se siente nuevo, herido por un corcho,
muerto
heroicamente sobre un caballo de madera:
amo
mi infancia, mi corazón en pantalones cortos.
Lectura de 2 microrrelatos propios:
Segando la
hierba
Recuerdo
el olor del césped recién cortado, pero recuerdo también el aroma de la hierba
que amarilleaba los campos en verano.
Bajo
un árbol que daba sombra a los sedientos hombres que segaban, yo ponía el cesto
de mimbre lleno de viandas: queso, chorizo, pan y bota. Bota de vino que no
emborrachaba, solo borraba la sombra del esfuerzo.
Era
el almuerzo, luego de nuevo a afilar el dalle y a seguir en la labor.
Y
yo, de camino a casa, ajena al duro trabajo. Para
mi eran sensaciones de sol, mucho sol a veces, descansos, juegos y bendita
inocencia.
Magia
Recuerdo
cómo los Reyes Magos dejaron de ser mágicos en su noche.
Dormía
plácidamente después de haberme costado abandonarme al sueño por la espera
ilusionada.
No
recuerdo si había escrito mi carta o si les dejaba a ellos que me
sorprendieran, pero había llegado el día y mi encargo, (o mi anhelo, mi sueño
en lugar de el motivo) era una guitarra.
Alboroto,
risas, toques a unas cuerdas, quizá desafinando, pero que escondían la intensa
emoción de mis hermanos.
Me
despierto, miro a través de la puerta entornada y allí estaban...
acariciándola.
María Álvarez.
Lectura de “Recuerdo
infantil” del poeta español Antonio Machado.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de lluvia tras los cristales.
Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
fugitivo, y muerto Abel,
junto a una mancha carmín.
Con timbre sonoro y hueco
truena el maestro, un anciano
mal vestido, enjuto y seco,
que lleva un libro en la mano.
Y todo un coro infantil
van cantando la lección:
“mil veces ciento, cien mil;
mil veces mil, un millón.”
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.
Lectura de “El maestro”
del escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Los alumnos del sexto grado, en una escuela de
Montevideo, habían organizado un concurso de novelas. Todos participaron. Los
jurados éramos tres. El maestro Óscar, puños raídos, sueldo de faquir, más una
alumna, representante de los autores, y yo. En la ceremonia de la premiación,
se prohibió la entrada de los padres y demás adultos. Los jurados dimos lectura
al acta, que destacaba los méritos de cada uno de los trabajos. El concurso fue
ganado por todos, y para cada premiado hubo una ovación, una lluvia de serpentinas
y una medallita donada por el joyero del barrio.
Después, el maestro Oscar me dijo: Nos sentimos tan unidos,
que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores. Y una de las alumnas, que
había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo, se quedó
charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y riendo
me explicó que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que ella
quería al maestro, lo quería muuuuuucho, porque él le había enseñado a perder
el miedo a equivocarse.
Raquel Cuevas.
Lectura de “Nana de la abuela” de la poetisa
española Ana Mª Romero Yebra.
Duérmete manojito
De hierbabuena
Que al lado de la cuna
Duerme tu abuela
Un jersey de colores,
Pequeño mío,
Amoroso y caliente
Para tu frío.
Para quitar la escarcha
Que hay en tu carne
Y en tu piel que es la mía,
La de tu madre.
Pajarillo desnudo
Frente a la vida
Que me das el regalo
De tu alegría.
Duérmete, niño mío,
Ramo de flores.
Que te quiere tu abuela.
Nunca me llores.
Lectura de 2 microrrelatos
propios:
*Me acuerdo del día que en mi casa
marcaron a las vacas . Mi padre hizo una fogata de astillas y cuando solo
quedaban brasas metió el marco en ellas hasta que el hierro se puso
incandescente. Mis tíos aguantaban la vaca, sus berridos eran impresionantes al
arrimarle el marco. Yo pasaba mucho miedo, pues de la parte alta de la pata
salía humo y olía a carne quemada. Esta operación la repitieron hasta que una
por una las marcaron a todas. Después de unos días, al curar la herida, las iniciales
de mi abuelo quedaban como letras bordadas en la piel.
*Me acuerdo de la mudanza. Tenía
cuatro años y nos cambiábamos al otro lado del callejón, a una casa más grande,
pues cada año aumentaba la familia.
Mi padre, a lomos del burro, aguantaba
el vasar como podía; mamá cargaba con cuatro bolsas de tela y dos gallinas. Las
otras dos gallinas entre mi hermana mayor y yo. La mía se me escapó al pasar
por la era. Mi padre corrió a cogerla pero un chucho, más listo que el hambre
que tenía, se le adelantó y al quitársela de la boca la cosa ya no tenía
remedio.
Cruz Seco.
Lectura de “Educar” del poeta español Gabriel
Celaya.
Educar es lo mismo
que poner un motor a una
barca,
hay que medir, pensar,
equilibrar,
y poner todo en marcha.
Pero para eso,
uno tiene que llevar en el
alma
un poco de marino,
un poco de pirata,
un poco de poeta,
y un kilo y medio de
paciencia concentrada.
Pero es consolador soñar,
mientras uno trabaja,
que esa barca, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de
palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestro propio
barco,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera enarbolada.
Lectura de 2 microrrelatos propios:
Leche
recien ordeñada
Recuerdo
empujar la gran puerta de madera que daba entrada a la cuadra en la que estaban
los animales, 3 ó 4 vacas, dos terneros y un burro, atados cada uno en su
pesebre. Sentía el calor y el olor tan fuerte que emanaban sus cuerpos. Me
gustaba ver a las vacas distraídas comiendo la hierba, mientras mi padre las
ordeñaba sentado en un” taju”, un pequeño taburete con tres patas. Apretaba
suavemente con las dos manos las tetas y el chorro de la leche salía con tal
fuerza contra el caldero de cinc que saltaba y formaba puntillas de espuma. Una
vez lleno, lo desocupaba en una gran marmita. A veces, yo iba con un vaso y me
echaba un poco. Tenía el sabor normal de la leche, pero a temperatura templada
y con mucha espuma. Decían que era bueno tomarla así.
Aroma
dulce
Recuerdo
la entrada de mi padre en la habitación, compartida con mi hermana, antes de
que saliera el sol, y después de una jornada laboral nocturna. Llegaba sin
hacer ruido, para no despertarnos, pero, al abrir la puerta entraba con él su aroma
dulce, un olor penetrante que llevaba en su ropa, su cara, su pelo, sus manos.
En ellas portaba el regalo para nosotras, una galleta de chocolate envuelta en
papel de color azul que metía debajo de nuestra almohada, apenas sin moverla.
Para mí, era el momento más importante del día.
Mar Suárez.
Lectura de 2 microrrelatos propios:
*Me acuerdo cuando, en
Hijas, mi pueblo, íbamos a robar cerezas al anochecer. Resultaba excitante:
esquilar al árbol, tan bello y esplendoroso, con sus ramas extendidas, como
ofreciéndose. Y, ¿las cerezas? ¡Ay, las cerezas...!, hermosas, gordas, rojas,
trisconas, negras, brillantes. ¡Una delicia!
* Me acuerdo cuando, con
cuatro años, me sentaban entre las chicas mayores en el portal de la escuela,
mientras ellas bordaban sus sábanas o manteles del ajuar: el frufrú de las
telas, sus risas y cuchicheos cuando hablaban de chicos y hacían bromas sobre
ellos.
Begoña Ruiz. Lectura de “Llegó al aula un 15
de mayo” del poeta colombiano Jairo Aníbal Niño.
Llegó
al aula un 15 de mayo
-día
de lluvia-
Llegó
y nos miró a todos dulcemente.
Soy la
nueva profesora de filosofía, nos dijo.
Sonrió
y
entonces fue como si las gotas de lluvia
que sobrevivían
sobre su impermeable amarillo
se
hubieran convertido en pensamientos.
A
todos nos pareció que era muy joven para ser profesora
-y
demasiado, para ser profesora de filosofía-.
Empecé
a pensar en ella por las tardes
justo
en el momento en que en la radio
acababa
un programa de deportes
y
empezaba otro de canciones.
De
manera sorpresiva ella estuvo presente
en el
partido final del intercolegial de fútbol.
En esa
ocasión estuve inspirado en el medio campo
e hice
uno de los goles que nos dieron el triunfo.
Ella
nos entregó la copa de campeones.
Jamás
olvidaré a mi profesora de filosofía.
El día
del examen final,
al
presentarle el trabajo,
me
dijo que me parecía a Sócrates.
Me
llené de orgullo
y creo
que los ojos se me llenaron de lágrimas.
Caminé
hacia mi pupitre
como
si lo hiciera por el aire, en palomita.
Era el
mejor elogio que había recibido en mi vida.
Yo,
parecido a Sócrates,
el
gran jugador de fútbol del Corinthias,
Sócrates B.S. de Souza Vieira de Oliveira,
Sócrates B.S. de Souza Vieira de Oliveira,
el
inolvidable mediocampista de la Selección Brasil.
Lectura de 2 microrrelatos propios:
A la una, a las
dos, a las tres…
Me acuerdo de las
tardes de invierno cuando deseaba que pasara el tiempo para volver a casa
corriendo. La escuela estaba en nuestra misma manzana, así que solo me llevaba
unos minutos. Cuando llegaba la encontraba siempre allí, sentada en su silla de
coser junto al balcón. Yo me acurrucaba a su lado para aprovechar su calor y
entonces comenzábamos a escuchar la lectura en las primeras voces de los
actores radiofónicos que interpretaban “El Conde de Montecristo”. Recuerdo
especialmente una voz ronca, de viejo bebedor, gritando,” a la una, a las dos,
a las tres, los peces se harán con él”. Y seguidamente oíamos el salpicar del
agua al caer el cuerpo de Edmond Dantés
.
¡Cómo me gusta que
me cuenten historias!
¡Qué asco!
Cuando sonaba el
timbre del recreo mi estómago empezaba a dar vueltas, no sé cuántas, pero sí
las suficientes como para que se me volviera el sabor del desayuno a la
garganta. Yo corría como una loca buscando a Mercedes en la fila. Había
descubierto que poniéndome detrás de ella me podía librar del obligado brick de
leche. No tardé mucho tiempo en
aborrecer tanto a esas “señoritas” maestras como a la leche. Qué hábiles
cortando el pico del cartón y metiendo la pajita para que todas sorbiéramos y
nos beneficiáramos de esa campaña de atención a la infancia.
Justi Benito.
Lectura de “Recuerdo infantil” de María Álvarez,
miembro del Taller de Literatura de Quima.
Era el día de La Merced y en el convento de las Oblatas,
convertido en cárcel de mujeres, era día de “puertas abiertas “. Los niños
podíamos estar con nuestras madres en una habitación en vez de a través de una
reja de separación como era habitual.
Mi abuela nos había lavado y planchado la ropa de los
domingos, que no difería de la de los días de diario, pero recién lavada y
planchada parecía otra cosa. Al entrar
nos registraban de arriba abajo y la comida que llevábamos nos la quitaban para entregársela ellos
después de haberla revisado bien. Yo llevaba en brazos a mi hermano pequeño, de
ocho meses, que tampoco se libró del registro. Cuando por fin pudimos entrar,
mi madre nos abrazó llorando.
En el poco tiempo que llevaba allí había envejecido de una
forma terrible. Nos regalaron unos muñequitos
que habían hecho las reclusas. Cuando nos fuimos, los que llorábamos
éramos nosotros.
Lectura de 2 microrrelatos propios:
Mi padre
Al lado de casa estaba el
taller con la fragua donde mi padre trabajaba. Nos gustaba mirar cuando, con
unas tenazas grandes, metía las barras de hierro; salían rojas y amarillas,
brillantes. Con un martillo dando sobre la bigornia y un ritmo acompasado,
aquel hierro tomaba forma. Mi padre fue el último herrero de Castronuevo de Esgueva.
La radio
Recuerdo la vieja radio;
la compró mi padre un verano en el que había tenido mucho trabajo y se lo
pagaron en metálico. Un día fue a Valladolid y vino contentísimo con ella.
Recuerdo que a la hora del parte, “así se llamaba entonces a las noticias”, mi
padre y su hermano paraban un rato para escucharlas. Por las tardes, era mi
madre y alguna vecina las que, mientras cosían, escuchaban las radionovelas.
Aquella radio fue de las pocas cosas que nos llevamos en nuestro traslado a
Éibar.
Isabel
Tejerina.
Lectura de “El móvil de
Hansel y Gretel” del escritor y periodista argentino Hernán Casciari.
Anoche le
contaba a la niña un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los
hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren
que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy
simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel
se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me
dice, justo en ese punto de clímax narrativo: "No importa. Que lo llamen
al papá por el móvil".
Yo entonces
pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la
telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la
literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido
siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su
nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué
fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes
historias de ficción.
Piense el
lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra.
Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El
hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el
argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.
Piense el
lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con
introducción, con nudo y con desenlace.
¿Ya está?
Muy bien. Ahora
ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato
negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con
cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar
mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales
cuatribanda.
¿Qué pasa con
la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes
pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear,
generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona
un carajo?
La niña, sin
darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía
inalámbrica va a hacer añicos las nuevas historias que narremos, las convertirá
en anécdotas tecnológicas de calidad menor.
Con un teléfono
en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el
guerrero Ulises regrese del combate.
Con un móvil en
la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no
es necesaria.
Con telefonito,
el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.
Y Tom Sawyer no
se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de
Telefónica.
Y el chanchito
de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.
Y Gepetto
recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.
Un enorme
porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los
veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de
conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir
gracias a la ausencia de telefonía móvil.
Ninguna
historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes
esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia
romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión
dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el
enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida
de verdad. (Perdón por el espoiler).
Si Julieta
hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo
en el capítulo seis:
M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCES. BSO.
Y todo el
grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado.
Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran
escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción
"Banda ancha móvil" de Movistar.
Muchas obras
importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más
adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la
soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien
años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen
el mismo Nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le
funciona el Messenger.
La famosa
novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y
llevada más tarde al cine, se llamaría 'El Gmail me duplica los correos
entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el
historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un
forastero de malvivir.
Samuel Beckett
habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por
un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el
teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos
hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece
nunca o que se quedó sin saldo.
En la obra 'El
jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se
mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe
Photoshop, mientras que en la carpeta Imágenes de su teléfono una foto de su
rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico 'Blancanieves' no consultaría todas las
noches al espejo sobre "quién es la mujer más bella del mundo",
porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90 € la conexión y 0,60 el
minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se
cansaría.
También
nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución
automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura
(los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían
en la era de la telefonía móvil y del WiFi.
Todo ese
maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por
la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se
soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.
Ya no hay ese
apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que
detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en
el bosque para recordar el camino de regreso a casa.
La telefonía inalámbrica -vino a decirme anoche la niña, sin
querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante.
Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.
Y me pregunto,
¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos
de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de
nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer
que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?
No. Le
enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá.
Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y
cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en
modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si
algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un
mensaje binario, una alarma.
Nuestro cielo
ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí
para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa
porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá,
ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas
están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas-
porque nos hemos convertido en héroes perezosos.
********************
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