LO SIENTO EN EL
ALMA
(Texto elaborado en el Taller Teatro para minutos de JUAN MAYORGA. UIMP 2008)
Un día en los Cursos de Verano de la Universidad Internacional
Menéndez Pelayo (UIMP), Palacio de la Magdalena, Santander. En concreto, la
víspera de la clausura, septiembre de 2008.
Primera hora de la tarde.
Una habitación del primer piso, grande y luminosa.
Una cama, un escritorio, dos butacas pequeñas a ambos
lados de una mesa baja de madera de caoba. Desde el ventanal se divisan algunas
nubes sobre un mar grisazul, moteado en blanco de pequeñas olas saltarinas que
bailan con el nordeste. Bastante desorden en el cuarto: la chaqueta tirada en
una silla, un montón de libros, carpetas y papeles sobre la cama, varios
periódicos… Un ordenador portátil encendido sobre el escritorio y más libros.
Un hombre de unos 40 y tantos, menudo, pelo castaño, con
entradas, Viste de sport, con cierto desaliño. Tiene, pese a su edad, un
aspecto juvenil y un aire desvalido.
Llaman a la puerta. El hombre, entretenido con sus cosas,
se demora un poco y, finalmente, abre.
En el umbral, una chica joven, unos 24 ó 25 años. Es muy atractiva:
bastante alta, tez morena, ojos verdes, pelo largo castaño claro con vetas
rubias. Lleva el uniforme de recepcionista de la Universidad Internacional.
PROFESOR.- Muchas gracias. No era
necesario; pensaba recogerla yo mismo más tarde.
ELLA.- Verá, profesor, es que… (Pausa.
Suspira.) Perdone el atrevimiento, pero es que yo… (Pausa. Suspira más
fuerte; se mueve nerviosa.) Necesito urgentemente hablar con usted. (Pausa.)
He estado intentando verle hoy a la salida de clase… pero como había mucha
gente a su alrededor… al final me he
decidido a venir a buscarle a su habitación. Le pido mil disculpas, pero es
que…
ELLA.- ¡Ay, profesor, por
favor!... ¿usted podría darme un poquito de agua? Creo que de un momento a otro
me voy desmayar…
PROFESOR.- Por supuesto, no
faltaría más. Pase usted, pase. (Le sirve un vaso de agua.) Siéntese
aquí mismo. Y tranquilícese. (Se sientan en las pequeñas butacas, uno frente
a otro.)
¿Tan
grande es el problema?
PROFESOR.- Ya, ya me hago cargo. Lo
último ha sido la aprobación en el Parlamento Europeo de la “directiva de
retorno”. Una vergüenza. Durante años se ha hecho la vista gorda, pero ahora con
la crisis la mano de obra barata empieza a sobrar y cada día será más
complicado legalizarse…
ELLA.- No sabe usted hasta qué
punto. Y si sólo fuera eso… Mi situación es dramática. Esta mañana vino la
policía preguntando por mí. Los tengo encima. Sólo usted puede ayudarme. (Le mira con intensidad unos instantes. Ante su
silencio, prosigue)
Usted
es una persona sensible, interesada en los problemas de los que venimos a
España a buscar otra vida… Los comentarios que he oído en el pasillo sobre su
curso de derechos humanos, el hecho de que presida una ONG de solidaridad internacional
con Colombia y, sobre todo, su cara de buena persona, me han traído hasta aquí
y me permiten confiar en que esto todavía se pueda solucionar. (Pausa.) Por
lo que más quiera, écheme una mano, es usted mi última esperanza.
Hay
una formita bien fácil: hágame un contrato de trabajo.
ELLA.- No hace falta, no es
necesario. Sería un contrato de servicio doméstico, para trabajar en su casa.
PROFESOR.- ¿En mi casa? Ufff!!!!
No sé, no lo veo posible. Compréndame, no la conozco de nada. Tiene que haber
otra solución.
PROFESOR.- A todo esto… si usted es
ilegal… ¿cómo es que trabaja aquí?
ELLA.- Conseguí camuflarme. Hay
muchas fórmulas, se lo aseguro.
PROFESOR.- Sí, lo supongo…
ELLA.- Entiendo sus reparos, su
desconfianza, es normal… pero yo le juro por Dios y por lo más sagrado…
PROFESOR.- No jure, por favor, de
poco sirve poner a Dios por testigo en estos trances. Máxime cuando uno, como
es mi caso, es ateo desde los dieciocho años. Me gustaría ayudarla, pero no sé
si es posible. (Ella le mira compungida.) Tranquila, no la voy a dejar sola
en la estacada… La cuestión es encontrar la manera adecuada…
Voy
a llamar a un familiar que trabaja en el Ministerio, quizás él…
ELLA.- (Le corta, tajante.)
No, Virgen santísima, ¡¡no llame a nadie, no llame a nadie!!
PROFESOR.- (La mira, intrigado.)
No la entiendo, señorita…
(Ella
se tapa la cara con las manos y rompe a
llorar. Él se levanta de la butaca y se acerca a ella. La consuela como puede.
Le da palmadas en el hombro, le pasa la mano por el pelo.)
ELLA.- (Entre gemidos y con la
cabeza baja.) ¡¡Ay, profesor, usted es tan buena persona!!... Y yo no he
sido sincera… No le he contado toda la verdad. Me tiene que perdonar… (Gime.)
No me atrevía a decirle… ¡tengo tanto miedo…!
PROFESOR.- (Le levanta la
cabeza, le separa el pelo de la cara. La mira de frente.) No tengas miedo,
el miedo es nuestro peor enemigo… Puedes confiar en mí. Empieza la historia
otra vez desde el principio.
PROFESOR.- (Alarmado) ¿Cómo drogas? Usted…
ELLA.- Fue una estupidez. No medí
las consecuencias, las cosas se complicaron y tuve que salir pitada del país. Tengo
que perderme de Santander mañana mismo. Están encima y no tengo otra alternativa.
Si me expulsan de España, en cuanto llegue a Colombia los narcos me friegan, ¡seguro
que me matan!
Profesor,
por favor, por lo que más quiera..., ¡se lo suplico! ¡¡Ayúdeme, ayúdeme!!
PROFESOR.- (Le coge la cara
entre las manos.) ¿Cómo te llamas?
ELLA.- Daniela. Daniela Márquez.
PROFESOR.- La verdad, muchacha,
es que esto es un verdadero marrón. (Pausa.)
Me
juego la cárcel, pero bueno… ya sabía yo que esto me podría ocurrir algún día.
No
me queda más que creerte, no hay tiempo para titubeos. Más de uno me va a
llamar ingenuo o gilipollas, pero a estas alturas me importan poco las sonrisas
cínicas de quienes nunca se tiran a la piscina ni en toda su miserable vida se
han planteado saltar sin una buena red bajo los pies. Si por ellos fuera…
Adelante
pues, vamos a intentarlo. Sea también por mis colegas colombianos y por los
amigos de las comunidades de paz que todavía resisten. Por todo lo que ha
sufrido tu pueblo en manos de la violencia de los gobiernos corruptos, los
paramilitares asesinos o los guerrilleros que se han convertido en bandidos…
(OSCURO)
(La habitación en penumbra. Es casi de noche. No han
encendido la luz y siguen sentados. Han estado conversando durante horas.
Tienen una copa en la mano y la botella de whisky abierta sobre la mesa.)
ELLA.- (Se recuesta hacia
atrás, relajada. Suspira, ahora, de plena satisfacción.) ¡¡Ay… Salvador!! ¡Esto
es bacano, sí, chévere de veras! Me parece increíble… ¡tenemos tantas cosas en
común! (Pausa.) Me ha encantado ese relato de mi ilustre paisano García
Márquez. Qué preciosa imagen la de la pareja de novios que llega a París; su
dicha al ver la nieve en todo su esplendor por primera vez en su vida. ¡Y lo
bien que lo has contado! Es curioso que una casi licenciada en Literatura Colombiana
la descubra en boca de un catedrático español de Economía… ¿Cuándo llegara el día
en que dejen de preocuparse por enseñarnos terminologías en lugar de legarnos nuestras
espléndidas historias?... (Pausa.)
Salvador…
¡estoy tan feliz!… Pensar que mañana estaré en Madrid, lejos de esta pesadilla,
me parece un sueño. Esto merece otro brindis y un buen abrazo ¿no crees?
(Se
levanta, se acerca y le rodea alegre con sus brazos. Él mantiene el abrazo unos
minutos de más).
PROFESOR.- Eres preciosa,
Daniela, preciosa.
(Con
timidez, la besa. Comienza a acariciar su cuerpo. Su mirada va cambiando. Llega
un momento en que su excitación se hace incontrolable. Intenta forzarla).
ELLA.- Pero, ¿qué haces? No, que
no, que te digo que no… ¿Tú qué te has pensado? No me puedo creer esto… No
quiero, no quiero…, te digo que no quiero y es que no… No me hagas esto, por
favor, no, no.
(Salvador
insiste, con violencia. Forcejean).
ELLA.- ¡¡Suéltame, suéltame te
digo!! (Le da un empujón y una fuerte patada en la entrepierna. Salvador cae
al suelo). ¡Eres un cerdo!
¡Te voy a denunciar…, aunque me cueste la
vida! ¡Malparido! ¡¡Hijo de puta!!
Salvador sale detrás. Advierte que la puerta de una
habitación contigua se cierra con sigilo. Su gesto denota contrariedad y alarma.
Regresa sobre sus pasos.
Inmóvil, rígido, permanece en el centro de la habitación
unos minutos, retorciéndose las manos, pensando.
Va hacia el teléfono. Lo descuelga con brusquedad.)
PROFESOR.- Buenas noches, ¿es la Policía
de Inmigración? Quiero hacer una denuncia. (Escucha
las indicaciones pertinentes a las que va respondiendo con un hilo de voz).
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